Dignidad del uniforme
Pedro el Mago Septién, ha sido cronista deportivo de diversas disciplinas por puro descuido profesional, pues sus axiomas y comentarios corresponden más bien al ensayo literario. Algunos de ellos son de leyenda, por ejemplo cuando aborda un momento delicado en el enfrentamiento de dos equipos de béisbol, y llegado el punto de revisar los porcentajes de pitcheo o de bateo, dice inclemente “las estadísticas son profetas que miran hacia atrás”.
La frase es demoledora, por ejemplo, para el futbol mexicano. A lo largo de toda su participación en mundiales, sólo en una ocasión ha llegado a un segundo partido de eliminación directa, jugando de local, hasta ahora el único logro internacional es la copa mundial sub 17 que obtuvo hace un par de años. De acuerdo a la lógica inclemente del Mago, México podría llegar a una semifinal de selección grande hacia mediados de este siglo y a una final en la segunda mitad. La esperanza es lo último que muere.
Mientras, hay cosas que deberían dignificarse en el futbol nacional. La liga es mala y tiene un cierto interés sólo cuando se llega a la etapa eliminatoria. Su nombre era incongruente y ahora es peor, se llamaba torneo de verano al que transcurría en invierno, ahora se llama de apertura cuando acaba el año y de cierre cuando inicia.
Otra es el uniforme, que se ha degradado en todos los casos, unos más, unos menos. Sin cultura de identidad comunitaria de club, importa más el patrocinador que el escudo. Por otro lado, al mirar esas casacas que parecen un rompecabezas de logotipos, uno se pregunta, ¿a qué empresa en sus cabales le interesa mostrar su imagen en la zona de la vesícula en la playera del Puebla, por poner un caso? ¿no es acaso peor para el patrocinador que el equipo juegue horroroso?
Como seguidor resignado de los Pumas, me parece un agravio tener en el uniforme de la mejor Universidad de Iberoamérica, tal cantidad de adefesios publicitarios.
Desde luego pueden mirarse con envidia uniformes de clubes que disputan ligas de gran nivel, como los de la foto. La integridad y limpieza visual también conforman la estadística, el universo de probabilidades pasa también por la dignidad.
Manías de vestidor
Hace años fui profesor de literatura universal en una preparatoria y una de las clases daba inicio a las siete de la mañana. Recuerdo a una alumna que llegaba un poco antes de comenzar, ocupaba un asiento en la segunda fila y desplegaba en el de adelante un muestrario fenomenal de artículos de maquillaje. Mientras trataba de convencer a la clase que Hamlet no sólo es importante, sino divertido, ella ponía manos a la obra y al cabo de 50 minutos quedaba convertida en copia fiel de una de las cantantes de Fresas con crema, grupo pop de moda en aquel momento.
Recuerdo esa imagen porque hace poco regresé a un club deportivo, al que por razones familiares pertenecí durante toda mi infancia, y no salgo de mi asombro por la cantidad de hábitos –malos- y accesorios –infinitos- que pueden encontrarse en los vestidores de caballeros de ese lugar. Aquí van por lo pronto tres ejemplos:
La casa casillero
Los casilleros son menos que los usuarios, durante el año se juntan los que se van desocupando y cierto día se ponen a disposición de los interesados, quienes llegan a pernoctar para ser de los primeros. Con absoluta discreción he podido asomarme a algunos y puedo afirmar que con su contenido se podrían equipar dos departamentos de interés social o aguantar un naufragio de meses en una isla: ropa, cremas, calzado, libros, reproductores de música, botellas de agua y refresco, galletas, etc.
El jabón existencial
Las duchas tienen un gabinete que al momento de bañarse da cierta intimidad al usuario, sin embargo hay varios que consideran que es importante verse en el espejo mientras se enjabonan, así que salen de la ducha, a veces sin cerrar el grifo, se colocan frente a un espejo y proceden a esparcir la espuma por toda su humanidad, con o sin acompañamiento musical.
El arte del rasurado
Mejor aún que la alumna a la que me referí al inicio, hay quien llega al vestidor con una maleta que en el aeropuerto tendría que documentarse. Cuando entran a los baños, despliegan en el lavabo, cual paleta de pintor barroco, una toalla sobre la cual ponen una cantidad increíble de objetos: dos rastrillos para afeitarse, un crema pre, otra durante y otra post, un peine, un cepillo para cabello, dos cepillos dentales, un hilo dental, un desodorante, dos lociones, por lo menos.
¿Asombro o admiración? ¿ambas?
Bizarrías del doblaje
En una conversación sobre una puesta en escena, diversos compañeros hablaban sobre sus características como obra “moderna”, su nivel de abstracción, su impecable factura visual, pero el naufragio terrible que se producía cuando los actores comenzaban a hablar. Para definir ese desastre uno de ellos usó una frase certera por devastadora: parecía obra doblada.
En efecto, el doblaje, tan frecuentado en cine y televisión, establece una barrera de credibilidad casi siempre invencible para el espectador. La brillante serie televisiva Frasier, pierde todo su encanto cuando comprobamos que el acento mamón, semibritánico, que utiliza Kelsey Grammer para su personaje, se convierte en un castellano neutro e insípido que deteriora la propuesta de la comedia.
Sin embargo hubo un momento heroico del doblaje que hacían los actores mexicanos, en el cual el micrófono se convirtió en una herramienta flexible y convincente, dándole un valor artesanal de gran factura. Un ejemplo de ello era Víctor Alcocer, que lo mismo encarnaba la voz corporativa de un banco, al detective Kojak, a Blue Demon, o un medicamento estomacal. Justo acerca de éste último, un amigo conservaba una cinta, cuyo contenido desde luego nunca se transmitió, con pruebas de grabación donde actores como el Loco Valdés, Jorge Arvizu “el tata” y el propio Alcocer hacían falsos comerciales del producto, sus tomas estaban llenas de pedos, eructos, que jugaban en un "timing" perfecto con la narración oficial.
Se trataba así, de próceres del trabajo con la voz y la improvisación, que en el caso del doblaje es desde luego más acotada y debe colocarse con la debida precisión. Recuerdo una escena de Batman, la serie televisiva de los sesentas, donde Robin, el joven maravilla, hace su habitual gesto de golpear una mano con el puño de la otra, y en vez de decir “¡santos villanos enmascarados!” o algo así, dice “¡Santa Marta Acatitla!”. En casos así, ocurre a la inversa de lo dicho párrafos arriba, la maravilla de que sea mejor la voz del que hace el doblaje que del original.
Por eso entiendo perfecto a Jorge Lavat cuando en una conversación señalaba, refiriéndose a uno de los protagonistas de la serie El túnel del tiempo, “yo era Douglas”.
Y desde luego pienso en la posibilidad de la siguiente licencia poética: si es el caso de que la obra de teatro que va uno a ver sea aburrida, cosa que se sabrá cuando mucho a la media hora, imaginemos que usamos audífonos y que comezamos a escuchar, en la boca de los actores, a Homero Simpson, a Kojak, a Don Gato, a Benito Bodoque....
El asalto de hi5
Está claro que para muchos, la llamada brecha digital que divide el uso de esas herramientas de las analógicas, puede tener la amplitud del cañón del Colorado. Me temo que yo soy de esos, como puede demostrarlo la funesta historia que ahora cuento.
Hace unos meses recibí un correo electrónico de una amiga respetable que además de actriz es fanática de la red y sus misterios. El mensaje mostraba estos dos signos :) y decía: fulanita te invita a formar parte de su grupo de amigos, donde podrás compartir, conocer, etc etc, y aparecían los dos vínculos; aceptar y no aceptar.
De momento no me di cuenta, pero en realidad esa disyuntiva, por su trascendencia, era equivalente al cruce de caminos que se le presentó a Edipo para encontrarse fatalmente con su padre en la tragedia de Sófocles, o a la decisión de obrar en sueño o en vigilia de Segismundo en el clásico de Calderón de la Barca.
Como uno está educado a decir que sí a cualquier descarga de herramientas de internet, pulsé “aceptar” sin saber que estaba saltando al abismo. La que sigue es una relación de descubrimientos posteriores que me parecieron absolutamente horrorosos: 1, los usuarios de ese sitio son adolescentes de 15 a 40 años en situación de ligar, 2, funciona como una cadena, en cuanto acepté, todos mis contactos recibieron una invitación de mi parte para incorporarse al jubiloso sitio. Esto es, a diferencia de la carta anónima que todavía aparece por la casas, diciendo que sacar copias y continuar la cadena traerá fortuna asegurada, mientras que
no hacerlo desgracias terribles como la ocurrida al presidente de Brasil -así dice-, ésta de la red viene con el nombre y el correo de uno, 3, todos los contactos quiere decir todos, algunos la eliminaban y otros, al aceptar, incorporaban a los suyos propios. Algunos de los primeros, cuyo ámbito profesional es académico, daban por hecho que yo había sido víctima de algún “hacker”, pues les parecía inconcebible recibir semejante frivolidad de invitación.
Claro que hay quienes disfrutan de ese portal y lo usan para herramienta de promoción de su imagen y por tanto hasta les resulta provechoso. Para ellos no tiene mayor problema ver en el monitor algo como :) , a mi la verdad me provoca :(.
El hermano Fernando
Esto del regreso a clases es una buena oportunidad para recordar a un profesor, hermano lasallista, que tuve en la Escuela donde pasé la mayor parte de la primaria y secundaria.
Hablar bien de él, significa en contraste hablar de los que fueron horrorosos y de la gran variedad de castigos físicos que eran pilar de su metodología. El de civismo, por ejemplo, aplicaba un certero golpe en el antebrazo que provocaba inflamación inmediata, una “bolita”, y nos aumentaba puntos a cambio de fotos de Irán Eory. La titular de cuarto año, un ser atroz, nos jalaba de las patillas para aprender a hacer correctamente las pausas en una lectura. El de quinto, idéntico al Guapo Ben de Los cuatro fantásticos, era especialista en lanzar el borrador a través de los metros y metros de salón a quien hiciera un poco de desorden. Eso por no hablar de las infaltables confesiones mensuales con curas cansados y somnolientos.
Por todo ello, llegar el primer día de clases a mirar las listas que se pegaban en unos postes, donde se señalaban cómo se habían dividido los grupos “A” y “B”, era casi como enterarse de si uno estaba sentenciado a las minas de sal o a Lecumberri.
En cambio el milagro ocurrió en sexto año. El hermano Fernando era muy joven, de trato amable, nos hacía cantar en italiano, organizar campamentos memorables, ganar todos los premios posibles de la primaria, consistentes en “minutos”, que al irse acumulando de quince en quince permitían armar un día libre. Pero creo que su mayor gloria fue participar en el concurso de poesía de cada año con un texto de ¡protesta! en formato coral, sobre el racismo en los Estados Unidos. Así es que entre el recitado de En paz de Amado Nervo y Cuando sepas hallar una sonrisa, de González Martínez, aparecíamos unos ocho compañeros, con cara, manos y tobillos pintados de negro, diciendo cosas como: “Nos tratan de antemano de ladrones/ desde que estamos formándonos callados/ en el vientre renegrido de la madre”.
Desde luego perdimos el concurso y el querido hermano Fernando ya nunca dio clases en esa escuela. Pero a mi, a la fecha, me sigue dictando cátedra.
Carta a Julianne
Señora Julianne Moore:
Me dirijo a usted para expresarle algunas opiniones personales y por ello conviene antes hacer algunas aclaraciones. Primero la del idioma, le escribo en castellano por comodidad y porque hacerlo en inglés me haría sentir un poco inseguro, sentimiento que usted por lo que se alcanza ver no conoce. La única desventaja es que así le tengo que hablar de usted, ni modo. La otra aclaración es que éste es un blog, o sea un espacio público. Pero despreocúpese, además de quien esto le escribe, es posible que sólo dos o tres cibernautas despistados se enteren de este saludo tan personal.
Su carrera como actriz de cine se ha cruzado con la mía de espectador en muchos momentos, desde aquellas en que usted aparece como profesionista o ama de casa de “suburbios” y que llegan a ser notables, como Short cuts, de Altman, hasta otras más recientes donde usted ya aparece como estelar, tipo Boggie Nights o Far from Heaven.
Aunque también hay desde luego trabajos más alternativos, como el legendario texto de Samuel Beckett, Not I, dirigido por Neil Jordan. En esa obra la protagonista se llama Boca y literalmente es una boca que escupe palabras, así es que usted da cuerpo, con su boca, dientes, lengua y saliva, a esa peculiar entidad.
Pero esta pequeña carta es nomás para reconocer su capacidad para saltar sin red. Me refiero a esa buena película que se llama Magnolia, donde usted interpreta a una mujer cuyo anciano y millonario esposo está a punto de morir y por tanto de dejarle millones y millones de dolarucos. Es una historia que conjuga a varios personajes en situaciones complicadas e intensas y en donde hay una escena que me encanta: casi al final y sin que venga a cuento, esos protagonistas, desde sus circunstancias diversas, ¡cantan! una canción de Aimee Mann que se llama Wise up.
Pues bien, hace poco vi una larga entrevista a P.T. Anderson, director y guionista, y en algún momento lo abordaban en específico acerca de esa escena, él confesaba la dificultad enorme que tuvo, pues los actores no querían cantarla, les parecía que era absurdo que en los momentos devastadores que vivían, pudieran ponerse a cantar una balada pop; dijeron que no. Sin embargo la escena se logró, y sólo fue posible porque según narra Paul Thomas, alguien dijo “pues yo sí la canto”. Desde luego se trataba de usted y después de usted, todos dijeron "ni modo que yo no" y la cantaron, justificándolo de acuerdo a la situación de cada uno. La escena es espléndida y sintetiza todo el espíritu de esa cinta.
Es como tener claro que a veces hay que dar pasos que no se sabe a dónde van, aunque en apariencia los suyos siempre se dan bien.
Para llevarle la contra a otra canción, ahora de Compay Segundo, a veces hay que dejar el camino para tomar la vereda.
¿veinte años no es nada?
Veinte años de The Joshua Tree
Existe aún en el cuadrante de FM una estación que se llama Radio Universal, “tu gran compañera”, que se caracteriza por su repertorio sesentero y básicamente fresón de canciones en inglés. De los Everly Brothers a los Beatles, de Paul Anka a Elton John. De tanto en tanto han ido agregando “novedades”, como los Bee Gees o Barbra Streisand y desde luego es motivo de burlas hacia los conocidos que gustan de esos legendarios álbumes.
Pero la nostalgia es inclemente y la sonrisa irónica se me desdibujó del rostro cuando me di cuenta que el grupo The Police ya era parte del acervo, pero el colmo de los colmos fue descubrir que lo mismo ocurría con ¡U2! No es posible, pensé, y me puse a buscar el disco legendario de The Joshua Tree, para descubrir que sí lo tenía, pero en acetato, y que este año cumple veinte de haber sido grabado.
Ese tiempo le ha sentado de maravilla, la notable portada en verdad expresa un mundo sugerente, limpio, íntimo, cercano al blues, con varias rolas que la mercadotecnia abarata y que a pesar de ello resisten, otras de vuelos líricos, que dicen por ejemplo:
You gotta cry without weeping
talk without speaking
scream without raising your voice
you know I took the poison from the poison stream
then I floated outta here
Ahora, veinte años después, Bono se ha puesto unos kilos encima, apoya iniciativas a favor de países jodidos, regaña a Bush hijo y pasea de la mano con Penélope Cruz, mientras en algún taxi desprevenido, uno escucha Where the streets have no name.
El gusto (2)
La astucia del limón
En una declaración de hace pocos días, el destacado pianista Chucho Valdés, decía acerca de la relación entre su gremio y los cantantes, que “acompañar es más difícil que tocar solo. El pianista tiene que servirle la mesa al cantante para que se sienta bien”. Ocurre igual con los acompañantes de lo que solemos llamar plato fuerte, o aún la propia corte de una simple ensalada. Su misión es dar foco a lo que el paladar supone como glorioso y prepara el terreno degustativo para que la celebración pueda tener lugar.
Con sencillez, una rama de brócoli con algunos guisantes, o una berenjena preparada con corrección, se pueden convertir en un oasis en la mesa, al poder recurrir a ellos para dar otro ritmo y calidad a la charla y a la degustación.
Sin embargo un acompañante ha saltado todas las trancas del decoro: el limón. Su sabor no sugiere, impone. Una de sus víctimas favoritas son el pescado y los mariscos. Todo esfuerzo en la preparación y presentación se vendrá abajo al recibir el primer chorro del cítrico, si tal acción se hace en España, es posible que también los ojos del comensal y sus acompañantes sean alcanzados, pues en la península, quizá para desalentar su uso, suelen cortarlo no por el Ecuador, sino por el meridiano de Greenwich.
Pero la cosa no acaba ahí, el pobre jugo de carne es otra víctima, la sopa de fideos, la cerveza, la carne asada, la cecina; es decir, casi cualquier clase de platillo.
El limón es un patiño que quiere ser protagonista, como pianista manco. Ante tanto abuso, su mayor gloria, una limonada fresca, pasa desapercibida.
Patrimonio y humanidad
Siempre ha estado ahí, la he recorrido tanto y de tantas maneras, además de la cosa formal de haber pasado como estudiante y luego como profesor.
Por ejemplo, en las tardes, después de un aguacero, se podían recoger pequeñas piezas de vidrio que se desprendían de los murales de O’Gorman de la biblioteca central, o jugar un partido de futbol en el jardín de los cerezos de Filosofía, en el que decidieron plantar árboles después de algunos vidrios rotos. O recorrer “las islas” tantas veces de ida y vuelta para hacer algún trámite, o para pasear de la mano de la novia enamorada, o ensayar poesías corales de Miguel Hernández, de César Vallejo o Vicente Huidobro en alguna parcela de ese enorme territorio, o desafiar al aparato digestivo pero vencer al hambre con alguna torta en el puestecito fijo de allí nomás bajando la escalera. O de plano lograr prodigios alquímicos preparando bebidas, que no sabían tan mal, mezclando "titán de piña" con vodka "oso negro".
Ahora la UNESCO se dio cuenta y otorgó el título, pero para mi Ciudad Universitaria siempre fue patrimonio de mi humanidad.
Hacia un libro rojo de la actuación
Quien ha pasado en algún momento por un aula de teatro, como profesor o como alumno, sabe que hay un enorme territorio de riesgos, responsabilidades, descubrimientos que llevan al gozo o al dolor. Sin embargo, estas líneas no pretenden reflexión académica alguna, al menos no en primera instancia, sino abrir un espacio descarado para la anécdota, sobre todo si la memoria está a punto de poner en la papelera de reciclaje aquel momento en que un profesor de voz enseñaba el verso con la sílaba Ta. Su indicación para cerrar enfáticamente un enunciado era por ejemplo: ta tá ta taaaaa ta tttttaaaaá....
En fin, aquí van dos:
El profesor H llegaba a su clase de las cuatro de la tarde con un pequeño televisor portátil y al cabo de algunos minutos interrumpía la actividad que se estuviera desarrollando y decía a sus alumnos: “muchachos, ustedes saben que el actor debe manejar distintos lenguajes además del teatro. Y uno de los más importantes es la televisión, las telenovelas, así que como parte de la clase vamos a ver la que se está transmitiendo, en la que yo salgo, para que ustedes puedan analizar mi trabajo”. Y en efecto, los muchachos se soplaban la telenovela con todo y comerciales.
El profesor B sostenía que el actor debe entrar de inmediato a distintos estados de ánimo y ponía el siguiente ejercicio: cada estudiante debía salir unos instantes y luego volver a entrar al aula, con llanto en los ojos. El profesor enfurecía porque todos los intentos eran vanos, exagerados, falsos, inútiles, hasta el último estudiante, un actor regordete que es ahora una luminaria de la escena. Franqueó la puerta con lágrimas de verdad, de inmediato fue puesto como ejemplo a sus compañeros, “ya ven, así se hacen las cosas....¿cómo lo lograste?” “Me arranqué un pelo de la nariz, profe”.
El gusto (1)
Hace pocos años, en una clase de posgrado en Filosofía y Letras, la profesora, una catedrática brillante que en algunas sesiones relucía más por un par de tequilas, dijo algo así como “estoy convencida de que con los años, las personas le van encontrando el gusto a los sabores amargos. Ejemplo, los quesos y las bebidas”. Y luego discurrió con mayores detalles sobre los quesos y cómo consumirlos, aquí venía a cuento el famoso maridaje de alimentos y bebidas, que concluía desde luego con su convicción acerca del poderío singular del tequila como digestivo.
Ya no recuerdo mucho los textos vistos en esa clase ni en qué consistió el trabajo final, pero la mentada frase me sonó como verdad absoluta, pues mi paladar vivía ese recorrido. Además yo estaba pasando apenas de los cuarentas y creía por tanto que cuadraba perfecto con aquello de “con los años”. De mucho tiempo atrás había dejado de utilizar azúcar, prefería el chocolate amargo y ya había adquirido el rango, confirmado por amigos especialistas en el asunto, de experto en la preparación de martinis secos. Estaba clarísimo además, que un buen digestivo es esencialmente seco –miren qué sinónimo tan particular para referirse también a lo amargo- y capaz, según afirma un connotado periodista de cultura, de limpiar todos los pecados.
Por aquel tiempo estaba en el proceso de definir qué obra de Ibsen producir, pues se acercaba el centenario del autor y más allá de la efeméride, se trata de un dramaturgia de ligas mayores que debe ser conocida y visitada. Durante la revisión del repertorio, me encontré de nuevo con Hedda Gabler, digo de nuevo porque se trata de un texto que suele ser estudiado en las escuelas de teatro. La relectura me deslumbró: la situación, los personajes, la historia, todo era una combinación perfecta. Sin embargo todo eso que ya estaba presente en el primer encuentro, no había sido descubierto.
Como ocurre con los quesos y los licores, la tonalidad seca y un poco amarga de la obra pudo ser paladeada años después. Por fortuna la escenificación quedó bastante bien y fue muy exitosa, aperitivo ideal para una buena cena y unos buenos tragos.
Esto de la depuración del gusto, de su síntesis, tiene en verdad muchos vericuetos.
Teatro y futbol, acercamientos a la cancha
Me permito exponer tres breves reflexiones sobre la vinculación cercana y recóndita entre ese deporte y el arte teatral. La primera y más importante de ellas tiene que ver con la imagen de un espectador educado, conocedor de las reglas y estrategias del juego al cual está asistiendo y exigente con el mismo, con la capacidad de analizar y comentar las ventajas de tal o cual alineación y de exigir a voz en cuello un cambio de jugador. Bertolt Brecht, que algo sabía de la capacidad del teatro como herramienta de conocimiento, señalaba como imagen ideal de un grupo de espectadores que conocen, una tribuna en un estadio de futbol.
La segunda tiene que ver con la idea de integrar elementos con una misma lógica y armar así un proyecto total que sea logrado y eficaz, desarrollar un lenguaje. Por ello el camino de una puesta en escena digna de recordar es similar al desempeño en el terreno de un equipo que llega a semifinales, que “avanza a la siguiente ronda”, cada jugador, cada actor, se responsabiliza del momento que le corresponde.
En alguna ocasión, cuando dirigía al equipo Necaxa, el entrenador Manuel Lapuente describía de la siguiente manera el procedimiento para conformar un equipo ganador: Delinear un sistema de juego moderno y operativo, buscar a los jugadores idóneos para ello y exigirles el máximo posible, el extra. De hecho Lapuente lo consiguió e hizo campeón a su equipo dos años seguidos jugando de manera óptima de acuerdo a las características del futbol mexicano.
La tercera tiene que ver con la manera de integrar teatralidad y pasión. Uno de los más importantes directores actuales de escena del universo de habla hispana, el argentino Ricardo Bartís, señala que mucho de lo que sabe de teatro lo sabe gracias al futbol, por ejemplo que el espacio delimita el tipo de juego. La niebla, la lluvia y el sol de mediodía afectan también el tratamiento de las distancias entre los jugadores. Y qué decir del tiempo, hay partidos o escenificaciones aburridísimos que uno desearía acabaran pronto, en cambio hay minutos de juego que se hacen imborrables en la memoria. Por desgracia, en el teatro aún no hemos podido incorporar el recurso de la tarjeta roja.
En un estadio de la primera división mexicana es posible constatar el modo casi literal con el que la tribuna dialoga con la cancha. Se trata del estadio de la Universidad, casa de los pumas, donde si uno se coloca en el sector de la porra “Plus”, podrá recibir instrucciones de frases o versos a decir de manera conjunta, se trata de textos precisos que se dicen también con cierta entonación, muchas veces de veinticuatro sílabas o más. Desde luego se aderezan con una enorme variedad de palabras soeces y son profundamente devastadoras para el equipo rival. En un partido contras las "chivas" del Guadalajara puede oirse al unísono, con cientos de voces:
Guadalajara,
tierra de mariachis y canciones
Donde las mujeres son putas
Y los hombres maricones
He escuchado muchas otras definiciones de lo que es el futbol como deporte, como mística frente a las adversidades de la vida, hasta como poética, pero me parece que esos tres axiomas resumen, en su simpleza, un ideal que a todo director de escena, por ejemplo, le gustaría aplicar a sus montajes. Se dirá que esos tres principios se podrían usar en cualquier actividad humana, lo cual podrá ser cierto en parte, pero uno podrá jalar para su molino referentes como el trabajo colectivo, el compromiso de hacer las cosas de “verdad”, concentrados y, sobre todo, “jugar bonito”.
Porque en general de eso se trata, un buen partido de futbol es como una obra de teatro inolvidable. Un buen equipo no sólo se desempeña bien en la cancha, se observa y se corrige tácticamente. Recuerdo el partido Brasil contra Holanda del mundial de 1974. Los jugadores anaranjados no sólo corrían sin cansancio, sino que de tanto en tanto -Cruyff sobre todo- se detenían en el campo, hacían señales de los espacios por atender, las miradas eran suficientes para comprenderse, para correr divertidos y ocupar todo el terreno, borrando a los entonces campeones. En el futbol, como en la vida, no siempre ganan los buenos y Holanda perdió la final contra Alemania.
Desde luego que años después las leyes de mercado y la exigencia atlética han condicionado la visión del juego, generando no sólo sueldos estratosféricos, sino la necesidad de imponer el resultado, así sea magro, al mismo hecho de jugar; Ronaldinho gana, por ejemplo, diez mil euros por hora, no de juego sino de vida, o sea nomás por respirar. La representatividad de un seleccionado, del futbol de un país se mide por el poderío económico y deportivo de los clubes de los cuales se alimenta. De allí que lo realmente importante no sean los mundiales sino los torneos locales y las justas intercontinentales.
De esos torneos locales, resulta un verdadero espectáculo mirar un encuentro de futbol italiano, complejo atlética y conceptualmente. Fortaleza absoluta y condiciones técnicas notables. Procuro no pensar en ello cuando me junto para jugar los domingos por la mañana con los amigos, pero es de notar cómo en esos partidos del “calccio” el balón casi no sale de la cancha; un defensor no destruye el avance del contrario, sino retoma el balón para construir el suyo propio. Como nada se regala, es una liga en la que no abundan los goles, pero aún los empates o los marcadores muy apretados resultan muy entretenidos.
Acercarse al futbol desde la perspectiva del teatro digamos no comercial no es muy frecuente, y precisamente una de las propuestas de este primer texto es evadir el lugar común que impide la aproximación de una actividad con otra. Ese deporte no es cosa de “nacos” - o no solamente al menos- por un lado. Y por el otro en muchas reuniones de personas dedicadas al teatro, dentro y fuera del país, después de las reflexiones y actualidades noticiosas de rigor surgen los comentarios tipo “Qué mal andan los pumas”, “Hoy ganó el Colo Colo” o “Valdano le volvió a ganar al Real Madrid”.
Como salta a la vista, el pudor no va ni con el teatro ni con el futbol.
Teatro y vida
Mi desarrollo profesional se ha dado en tres ámbitos del quehacer teatral, la docencia, la creación y la promoción cultural. Los dos primeros llevan relegados un buen tiempo por la naturaleza del tercero, que es muy amplio y demandante.
Durante algún tiempo me he preguntado ¿qué es lo que me mantiene dentro del teatro? y creo que un testimonio de la actriz Isabelle Huppert me ayuda a contestar: la sensación de riesgo, de peligro. Desde luego esa sensación es una joya de la corona y no puede uno con la frecuencia que quisiera tener tal experiencia como espectador, o más aún, propiciarla como productor.
Es importante decir que eso tiene un poco que ver con la saturación de oferta en la Ciudad de México, que puede ser endogámica y cruel: se hace teatro para la gente de teatro, no para público regular, ciudadanos de a pie. Desde luego, con honrosas excepciones del caso.
En cambio, en los Estados me he encontrado con teatro vigente, que sin ningún reparo establece con los espectadores, de igual a igual, ese vínculo natural del teatro, el diálogo.
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