Hacia un libro rojo de la actuación



Quien ha pasado en algún momento por un aula de teatro, como profesor o como alumno, sabe que hay un enorme territorio de riesgos, responsabilidades, descubrimientos que llevan al gozo o al dolor. Sin embargo, estas líneas no pretenden reflexión académica alguna, al menos no en primera instancia, sino abrir un espacio descarado para la anécdota, sobre todo si la memoria está a punto de poner en la papelera de reciclaje aquel momento en que un profesor de voz enseñaba el verso con la sílaba Ta. Su indicación para cerrar enfáticamente un enunciado era por ejemplo: ta tá ta taaaaa ta tttttaaaaá....

En fin, aquí van dos:

El profesor H llegaba a su clase de las cuatro de la tarde con un pequeño televisor portátil y al cabo de algunos minutos interrumpía la actividad que se estuviera desarrollando y decía a sus alumnos: “muchachos, ustedes saben que el actor debe manejar distintos lenguajes además del teatro. Y uno de los más importantes es la televisión, las telenovelas, así que como parte de la clase vamos a ver la que se está transmitiendo, en la que yo salgo, para que ustedes puedan analizar mi trabajo”. Y en efecto, los muchachos se soplaban la telenovela con todo y comerciales.

El profesor B sostenía que el actor debe entrar de inmediato a distintos estados de ánimo y ponía el siguiente ejercicio: cada estudiante debía salir unos instantes y luego volver a entrar al aula, con llanto en los ojos. El profesor enfurecía porque todos los intentos eran vanos, exagerados, falsos, inútiles, hasta el último estudiante, un actor regordete que es ahora una luminaria de la escena. Franqueó la puerta con lágrimas de verdad, de inmediato fue puesto como ejemplo a sus compañeros, “ya ven, así se hacen las cosas....¿cómo lo lograste?” “Me arranqué un pelo de la nariz, profe”.

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