Cipriano y el mole



Habla Saramago en una de sus novelas que más me gusta, La caverna, de cómo sobrevivir al dignificar espacios de trabajo que están en vías de extinción. En ese caso elaborar delicadas piezas de barro que el protagonista, Cipriano Algor, acompañado por su hija, trata de vender. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de ese hombre que elabora las piezas, las empaca, las distribuye a pura fuerza de riñón, el número necesario y justo que requiere, ni más ni menos.

Sin saberlo, Cipriano Algor, permite la combinación de literatura y comida en un encuentro con amigas, excompañeras de trabajo en la Coordinación de Teatro del INBA, en un lugar, Casa Merlos, donde se prepara quizá el mejor mole de la Ciudad de México y que abre cuatro días a la semana, bueno en realidad cuatro tardes, jueves a domingo de una a seis.

Es una casa de regular tamaño que se ha habilitado como restorán, no cabe mucha gente. Hay que llegar temprano y pedir ídem. Uno puede llegar a buena hora pero dejarse llevar por los efluvios de aperitivo y cuando se decide por un platillo resulta que ya se acabó el mole, el pipián o el encacahuatado; nomás preparan cierta cantidad. Cipriano sonríe.

Convivo con Angelina, Mónica y Alma Rosa. La primera ingresó a Bellas Artes a trabajar con Héctor Azar y se jubiló el año pasado, tuve el gusto de tenerla como asistente y la verdad fue un privilegio, eficiente, discreta y con gran autoridad entre la comunidad teatral, ¡todos se le cuadraban! Con ella al lado, las cosas eran menos difíciles. Mónica, Alma y Ana Valenciana, que lamentablemente no llegó, siguen en la trinchera, defienden los espacios de teatro público de las enemistades más diversas, allí están, para tranquilidad de los ciudadanos interesados en la actividad escénica.

Y Cipriano no sólo sonríe, levanta un caballito de tequila y brinda con ellas.

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