Puras madres de teatro




Después de visitar a Carballido a través del montaje de una de sus obras, me queda claro que es un autor que merece, necesita, ser mirado de nuevo. Es mentira que su teatro necesite una resolución costumbrista de muros de triplay y muebles de bodega. Da para mucho más, sorprende la eficacia de su diálogo y la capacidad de trabajar con lo que el público está esperando.

Como se sabe, el tema de la familia es uno de los detonantes de muchas de sus obras clásicas; digamos más, la falacia de la familia unida. En Fotografía en la playa, los individuos en pugna por libertad, desarrollo profesional o emotivo, son aplastados por el apremio de una foto que consagre una armonía que en la realidad no existe. En Escrito en el cuerpo de la noche, la verdadera realización y logro consiste en separarse, en dejar el nido.

En los mecanismos de control familiar en su teatro, la figura de la madre es muy importante, son amorosas pero dominantes, fuertes aunque simulen debilidad; en pocas palabras fascinantes. Inevitable mirar algunas obras mayores del teatro mexicano donde el personaje de la madre es explorado y llevado a unas zonas oscurísimas, tremendas Medeas nacionales como Ana Romana de Los Signos del Zodiaco, de Magaña o Marta en El niño y la niebla, de Usigli.

La obra a la que he hecho la visita se llama Mañanas de abril y mayo y es en el fondo una obra sobre la maternidad, la imprevista, la sensual, la dominante; es poco conocida y muy eficaz con el público, el Maestro comedor de mole anticipaba perfecto por dónde pegaría el diálogo con el público y la verdad es que uno no deja de sorprenderse.

Las fotos de arriba son de Javier Flores.

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