La cocina de Mendoza

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Un sueño recurrente, muy angustiante, entre las personas que se dedican al teatro, es el de encontrarse en la segunda llamada, a unos minutos de entrar a escena, y no tener memorizado el texto ni saber bien a bien cómo va el marcaje.

Con matices aún más espeluznantes, ese sueño me ha rondado en varias ocasiones, una en particular era de antología: estoy en el camerino, lavándome la cara, no doy crédito a la encomienda, voy a hacer a Stanley Kowalsky en Un tranvía llamado deseo, repaso la obra, nunca la he ensayado, estoy en absoluto miscast, me parezco más a Homero Simpson que a Marlon Brando. En la puerta del camerino, de pie y con los brazos cruzados, vestido con su infaltable saco, me observa Héctor Mendoza, dan segunda llamada y me dice: “tú tranquilo”; cosa que desde luego no hago y opto mejor por despertar.

El punto clave es que se trate de él, un maestro y director de escena que ha sido clave en la formación de muchas personas, entre las que me encuentro. Vendrán merecidos homenajes, se formularán verdades absolutas, pero en el espacio de la microhistoria quiero recordar un seminario con directores que hizo hará unos siete años en el Estudio anexo a su casa en la colonia Álamos. Fue por puro gusto, él seleccionó a los participantes y nos condujo por la cocina del teatro, que era profunda y pragmática a la vez. Formulaba unos estudios de caso que eran verdadero acertijos en los que había que responder –y sustentar- si tal personaje estaba mintiendo o actuando, la técnica de los actores, la relación entre éstos y el director.

Me parece que él es el gran pensador del teatro mexicano de los últimos años, riguroso y exigente, crítico y autocrítico. Por lo pronto, llevo días recordando cómo endulzaba su café, virtiendo un sobre de canderel y tomando una pluma bic para agitarlo. Luego venía lo bueno.

Historia de la actriz que quiso contar un cuento

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Había una vez una joven actriz llamada Fátima Paola, que andaba a la búsqueda de un director para llevar a la escena uno de sus más grandes anhelos, el cuento de El mago de Oz, de Baum.

Desde mucho tiempo atrás, la historia de la adolescente Dorothy, sus torpes acompañantes, el genial ventrílocuo y el paisaje gris de Kansas le mordían el corazón.

Preparó un collage, una escenificación que en unos breves minutos pudiera mostrar su mirada de ese universo. Ella es una actriz osada, capaz de aventarse de cualquier trampolín con gran destreza física y emocional, sin dejar de mencionar su sonrisa de postal y sus piernas bellísimas. La palabra con la que habita es intensidad. "Demonios, soy muy azotada", se decía con razón.

Lo que preparó fue la despedida entre dos hermanas, a la sombra de un árbol seco que consiguió en las faldas de un cerro, usando unos cartones grises para mostrar a los otros personajes y con el cuerpo cubierto de arcilla. Mientras sus criaturas escénicas se movían, iba cantando el huapango huasteco La bruja.

Pasaron los meses y la actriz descubrió que la idea original se había modificado, en su lugar hablaba de dos jovencitas que eligen ese cuento como una coraza para defenderse de abusos y vejaciones. Estaba hablando de la luminosidad que puede llegar después del dolor.

Fátima Paola se dio cuenta de que hay muchas maneras de llegar a una verdad escénica, una de ellas es pararse frente a una vereda con energía y ganas, golpear tres veces entre sí los zapatos y comenzar a viajar.

Ese viaje se llama El camino de Sinsol y se exhibe los lunes a las ocho de la noche, a partir del 22 de noviembre, en la Sala Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque.

La foto de arriba es autoría de Gabriel Ramos.

Shakespeare en Tamaulipas

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¿Cómo es la vieja Inés? La de las coplas infantiles, la de “toc toc, /¿quién es?/ La vieja Inés/¿qué quería?...” antes podía tratarse de una cliente afable, una bruja encubierta, ¿una robachicos?, ahora, sin descartar esas alternativas, bien podría ser alguien que vende protección o un policía federal. El grupo Norte Sur Teatro de Reynosa le pone más condimento a la duda y propone que sea nada menos que el protagonista de la “tragedia escocesa”, como suele referirse la superstición anglosajona, heredada a todo el orbe, al pobre de Macbeth.

El director, Medardo Treviño, propone que la entrada a la sala esté a cargo de unos cadeneros con aspecto de “zetas”, que con lámparas sordas y a grito pelado van ingresando a grupos de espectadores a la sala. Ser tratado así, al bulto, le hace a uno recordar hechos criminales recientes que hacen que las obras isabelinas parezcan novela rosa: los inmigrantes en el mismo Estado de Tamaulipas o el grupo de michoacanos en Acapulco. Vamos, el actual gobernador llegó al cargo por el homicidio del candidato anterior, su hermano.

Pero adonde entra uno es a una versión del clásico shakesperiano que renuncia a la anécdota y propone convertir todos los ingredientes del texto en una atmósfera y un estado emocional permanente, apoyados en recursos como la iluminación ominosa a cargo de Arturo Honorio, la utilería que se convierte de pronto en instalación plástica, las brujas que se multiplican en el escenario y de las cuales se van desprendiendo todos los personajes, el uso de elementos de utilería como los racks de vestuario y en particular osamentas de reses que van jugando de distintos modos durante el espectáculo con imágenes de devastación y caos en ese reino paradójico habitado por huesos. A ello se añade la labor del propio director y su asistente, que sentados en el piso en proscenio, van iluminando con lámparas militares los rostros de los participantes en el festín de la usurpación.

De hecho, el programa de mano señala sólo a la pareja real como personajes, a cargo de Víctor Arellano y Mónica Gómez, los demás son el muégano de brujas que van escupiendo al resto de los participantes de la obra, encarnados por Taydeé Hernández, Carlos A. López, Salev Setra, Armando Garrido y Pepe Navarrete, además de una boa que ornamenta el espacio de la señora de casa.

La relación de los actores a través del movimiento con el espacio y los elementos antes mencionados son de una eficacia tal que logran sintetizar en acciones e imágenes los grandes pasajes del clásico isabelino: el rey Duncan llega al palacio de Macbeth con una larga túnica, debajo de la cual salen brujas y el propio sucesor del trono, a quien de algún modo él mismo ha engendrado, Lady Macbeth recorre un camino de adversidades del fondo del escenario a proscenio a través de los carromatos del vestuario que le van ayudando en la transición, o bien la construcción, entre el cuerpo brujeril, de una corona de huesos que se mueve acompasadamente con la cabeza del rey, gobernante en un territorio de esqueletos, imagen que en lugares como Reynosa o Ciudad Juárez tiene ya aroma de cotidianidad.

El grupo híbrido de actores, músicos y bailarines se defiende con bastante dignidad durante todo el espectáculo, de hecho el protagonista y Duncan están interpretados por el guitarrista y el cantante de un grupo de rock que comienza ya a figurar en carteles importantes, Salev Setra. Nota particular a la desnudez del señor de Glamis cuando comienza a gozar de las mieles del poder, pues el miembro viril se va entumeciendo durante distintos momentos. ¿Es para subrayar el gradual encumbramiento en el poder? ¿Un falo que es un cetro? ¿reacción involuntaria de la testosterona a la cercanía cachonda de Lady Macbeth?

La atención del espectador comienza a sufrir cuando después de casi una hora de espectáculo se da cuenta de que van a querer contar el relato de la obra, pues hasta ese momento todo ha estado más bien en la cancha de la expresión corporal y plástica, que cojean cuando se quiere incorporar la palabra, allí el dominio no es homogéneo en intenciones ni en proyección. Destaca desde luego la pólvora y la precisión técnica de Mónica Gómez, quien también tuvo a su cargo el entrenamiento actoral de este grupo, que después de haber ganado el concurso estatal de teatro se presentó con mucho éxito en el Foro Experimental del flamante Parque Cultural de la urbe fronteriza.

¿Alguien duda de los valores de universalidad de los textos clásicos? En este Macbeth tamaulipeco se quieren borrar las huellas del crimen al final del espectáculo; se acumulan en el centro del escenario cuerpos, huesos de vaca, utilería quebrada y aparece un bidón de gasolina, cuyo contenido se vierte sobre esa masa compacta, aparece la llama de un encendedor; esto ya fue. Como una narcofosa, como la guarida posterior al arresto y muerte de un capo.

¿Quién es? ¿quiénes son éstos que se han plantado en la escena?, se pregunta uno al final del espectáculo, un grupo espléndido y valiente de comediantes de Reynosa, que desde ese mismo agujero del país, demuestran que el teatro es un arma poderosa, capaz de quitar velos de apariencia con mayor eficacia que una kalshnikov.

La foto de arriba es autoría de Irving Rivas.

La mochilita de Jack

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Lo sé, el personaje es un poco aborrecible, un matón de agencia del gobierno estadounidense. Los enemigos de fuera son siempre los de nacionalidades restringidas, árabes, chechenos, polleros de Baja California, pero los de dentro son también importantes; la presidencia gringa con gabinete y aparato de seguridad, son torpes, corruptos e ineptos. Es todo un derroche de adrenalina política y policiaca. Se trata desde luego de Jack Bauer, protagonista de la serie 24.

Durante un día completo, Jack debe salvar al país, reconstruir la relación con su hija, desenmascarar a altas figuras de gobierno, darse de besos, hablar con suavidad a los amigos y torturar enemigos a la menor provocación. No tiempo tiene de comerse una ensalada o un jugo energético, debe cargarse una úlcera de todos los demonios.

Además lleva siempre consigo una mochila de lona de la que nunca se desprende, de la cual saca con precisión y utiliza de la misma manera radios satelitales, celulares, lentes infrarrojos, navajas suizas, granadas o brújulas. Nunca un sandwichito o una galleta. Vive y se alimenta de adrenalina.

Mi distancia definitiva con Jack se delimita justo con esa mochila. Juego a imaginarme en esas situaciones: olvidaría el walkie talkie en todos lados, el celular sonaría cuando me encuentro escondido en la guarida de Bin Laden, el lente infrarrojo se me caería en la cubierta de un submarino nuclear y el gps estaría lleno de la mayonesa del bocadillo de jamón serrano que no he podido comer.

Entonces, por no poner a la humanidad en riesgo, mejor pienso: si mi relación con la mochila fuera como la de él, no habría perdido cosas apreciadas, seguramente conservaría aún mi teléfono celular, la cachucha verde de cuero, varios discos compactos, la chamarra maravillosa, los boletos del concierto, el papel importantísimo en el folder naranja... En fin.

Mi primo Ricardo

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Envidié siempre su caja de juguetes, impecable, con bisagras perfectas, lo cual quiere decir que tenía una tapa que cerraba con mecanismo suizo, poniendo pausa a una enorme cantidad de soldados, carros veloces que devoraban kilómetros con carrocerías aparatosas, vaqueros, juegos de mesa, caballos lustrosos y desde luego ágatas, agüitas, ponches y bombochas, o sea canicas. La mía era una especie de corral de tablas rojas, que además compartía con mis dos hermanos menores, un caos fascinante pero que en el fondo se sentía pobre.

El gusto por los juguetes estaba con él también a últimas fechas. Al lado de la puerta de su casa tenía estacionado un carrito de lámina y pedales rojo, regalo de su padre, remodelado con mucho cariño. Era la bienvenida a su espacio, en el que cohabitaban el ingeniero químico y el artista, devorando a un tiempo vino tinto de calidad sospechosa, quesos de mejor augurio e inefables Benson mentolados.

Uno de los descubrimientos musicales que más agradezco a la vida se lo debo a él, Eugenia León, dándose a escuchar primero en riguroso acetato y luego siguiéndola por lugares insólitos, recuerdo por ejemplo, ¡una iglesia en Ciudad Satélite!; allí flotaba el artista. Al final de estas líneas está el enlace su sitio electrónico, que da cuenta del nivel profesional de excelencia que tenía, territorio del ingeniero químico.

Ocurrente, divertido, con un sentido del humor bien dispuesto, recuerdo que miraba fascinado, como escultor, el conglomerado de tubos, mangueras y aparatos que tenía en Nancy, Francia, y que era parte de su proyecto de investigación de doctorado. Yo le decía que, con todo respeto, parecía laboratorio de científico loco de película del Santo.

Hablar en pasado o en pasado imperfecto de él se debe a la triste situación de que falleció hace unas semanas, mientras yo daba un taller en Torreón. Fue una tarde dificilísima, lo lloré tanto.

Luego pensé lo mucho que le reconfortaría escuchar a Eugenia, que cada día canta mejor, diciéndole que la Tierra Luna está nomás aquí a la vuelta.

Su sitio electrónico es http://www.exergia.com.mx/mx/index.php

telón de balas

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Con este texto pretendo dar continuidad a una serie de reflexiones sobre la situación de extrema violencia que se presenta en México, en particular en la zona norte, cuya explicación oficial es la “guerra contra el narco”, denominación convenenciera para referirse a un estado de descontrol que pone en entredicho la propia imagen del Estado. Como ha ocurrido, en otro frente, con las secuelas de la muerte lamentable de 49 niños por un incendio en la guardería ABC de Hermosillo. El gobierno decide encubrir culpas y responsabilidades y ofrece becas de por vida a los 76 sobrevivientes, mismas que son rechazadas por varios de los padres; a la impunidad del presente que ya se hizo pasado se ofrece un futuro de subvenciones cargadas de remordimiento.

Cualquier intento de impactar con una imagen de decapitados, de cuerpos arrojados a la orilla de la carretera, se diluye por el surgimiento de datos e imágenes más escandalosas de cada día. Es un asunto de conjugación de tiempos, esto pasó, pasa y pasará y de incorporación de nuevos verbos al habla cotidiana: “rafaguear”, lanzar tiros de metralleta al bulto, “levantar”, secuestrar a alguien sin que exista petición de rescate, “sordear”, ignorar al otro.

Hay muchos botones de muestra, pero acabo de estar en dos de ellos, Reynosa, Tamaulipas, y Torreón, Coahuila. En esta última ciudad 17 personas fueron ejecutadas en una fiesta el pasado 18 de julio, el comando que lo llevó a cabo salió de la cárcel de la vecina ciudad de Gómez Palacio, es decir, los reos. A los dos días la directora de esa penitenciaría es arrestada, ante violentas protestas de sus inquilinos, agradecidos con una funcionaria facilitadora de fuentes alternas de ingresos.

Decía Ignacio Retes, brillante hombre de escena fallecido hace poco más de seis años, acerca de cuál era su aspiración como director de teatro, “ser un ciudadano más”, precisaba, ocupado y preocupado por los asuntos de su entorno, él, desde los escenarios de la producción oficial en la década de los sesentas avizoraba con un espectáculo llamado Juan Pérez Jolote, con el primer actor Ignacio López Tarso, el levantamiento zapatista de 1994. En este momento, la ciudadanía teatral consiste en socializar, tan ampliamente como sea posible, la devastación de la calidad de vida, la defensa del teatro como un espacio para el encuentro social, la necesidad de crear ficciones reveladoras en el escenario.

El telón, ese recurso técnico que divide la escena y la vida cotidiana se ha expandido hacia fuera de la sala, a la entrada del recinto, a la cuadra en la que está situado; en vez de tercipelo o pana está formado por balas y armas de distintos calibres, en vez de cenefas, kalshnikovs. Se ha ido cerrando de manera gradual pero continua.

Por eso, he tomado la decisión de dejar atrás un miedo tangible y contagioso, del cual hablo en un artículo publicado en el último número de la revista Paso de gato, para dar a conocer la situación que se vive en el país y cómo afecta la difusión y promoción del teatro. Camino pues, al lado de Retes y observo cómo se inauguran impecables teatros y espacios de difusión cultural que van a tener que hacer milagros para que el espectador tome valor y ocupe esas comodísimas butacas. Para que quede más claro el acotamiento de los tiempos de ocio, el equipo de Futbol Santos de Torreón, que estrenó estadio hace unos meses, acaba de implementar medidas de seguridad extrema para los futbolistas y ha reducido los servicios recreativos al público.

Se habla de capturados, de pérdidas civiles, pero no de la descomposición radical de la calidad de vida en un lugar. Lo que es claro es que no cabe la apatía, informarse también es una decisión, una actividad; la red lo facilita. Sorpréndase, escriba en el buscador de You Tube “balaceras Reynosa” o “balaceras Torreón”.

Las calles en las ciudades del norte han cambiado, se camina en ellas con temor, como nación del cine fantástico amenazada por vampiros, cuando el sol se oculta las personas tienden a buscar el refugio de su casa, los grupos de teatro se reúnen poco y ensayan menos, hay pocas presentaciones. Vale por ello la pena mencionar dos producciones que se llevan a cabo en el Estado de Tamaulipas, ubicado en el noreste de México, donde el candidato que llevaba ventaja para la gubernatura, en una proporción de tres a uno, fue asesinado por un comando seis días antes de la elección, su hermano ocupó el lugar y actualmente es el gobernador electo.

Lo curioso es que se trata de dos piezas de teatro clásico, ¿Quién es Macbeth?, basada en el texto de Shakespeare y Fuenteovejuna, de Lope de Vega.

Bajo la dirección y adaptación de Medardo Treviño, un grupo valiente de actores y músicos, Norte Sur Teatro, se acercan a Shakespeare para intentar hablar del poder y la usurpación, un Macbeth de sabor fronterizo está por estrenar en Reynosa, las brujas has sido sustituidas por representaciones simbólicas de los carteles del narcotráfico, el hilo que mueve las decisiones inoculado en las alianzas del protagonista.

Explica Mónica Gómez, una de las actrices y promotoras del proyecto: “hay un diálogo entre Ross y Macduff que refleja perfectamente nuestro discurso,

Macduff.- ¡Pobre patria nuestra bajo un tirano usurpador que empuña un cetro ensangrentado! ¿Cuándo verás de nuevo tus venturosos días? ¡Corazón, tu esperanza aquí murió! ¿Y mi tierra, sigue igual?

Ross.- ¡Ay, pobre patria, casi temerosa de mirarse a sí misma! Nadie sonríe salvo el que nada sabe; los gritos y lamentos desgarran el aire, los dolores más atroces se tienen ya por comunes. Redobla la campana de difuntos y nadie se pregunta por quién, si son tantos nuestros muertos, y se extinguen las vidas de los justos en medio de batallas que no nos corresponden, mucho antes que las flores de sus gorras, pues mueren antes de que estén enfermos, antes de que se les quite el miedo.

en nuestra lectura lo relacionamos con la situación de violencia y ambición desmedidas que se vive en nuestro país, la lucha de poderes que siempre ha existido, pero que ahora cobra fuerza para nosotros en el día a día con los cárteles de la droga y el gobierno que empuñan "un cetro ensangrentado", el pueblo mexicano que no deja el papel de víctima. Esto lo llevamos a escena con códigos visuales que permiten darle esa lectura a la obra, respetando el texto de Shakespeare, pero partiendo de nuestra justificación”.

Por su parte, Sandra Muñoz,ha armado con su grupo una versión contemporánea del clásico de Lope, Fuenteovejuna, la muerte de un gallero, en la que adapta el universo de la obra al de las peleas de gallos, que ocurren en un espacio tipo arena llamado “palenque”, así, toma un corrido tradicional, La muerte de un gallero, en el que un gallo de pelea da muerte con sus espolones a un poderoso ranchero, proponiendo un paralelismo entre este personaje y el comendador Fernán Gómez y del gallo giro, pequeño pero bravo, con el pueblo de Fuenteovejuna.

Explica Sandra, “descubrí sobretodo que es una obra poderosa pues toca nuestro profundo inconciente colectivo, toca nuestro instinto básico de supervivencia. Cuando las personas no tenemos seguridad, cuando desconfiamos de la ley, cuando sentimos que no tenemos voz ni voto, después de la impotencia brota el instinto: la autodefensa con violencia, que es algo que tenemos grabado en nuestros genes y en nuestras neuronas desde siempre. Como lo expresa el personaje de Flores en el tercer acto:


"....................Cuando se alteran
los pueblos agraviados y resuelven,
nunca sin sangre o sin venganza vuelven"

También me planteaba la pregunta ¿por qué y en qué condiciones los seres humanos con enorme capacidad para soportar el sufrimiento de repente se rebelan? agraviados moralmente y convencidos de tener derecho a algo, rompen lazos de obediencia porque la autoridad ha violado el contrato social, que explícita o implicítamente sostiene todo ordenamiento humano. Nuestro pobre país vive una decadencia absoluta en lo que a ese contrato se refiere: nadie cree ya en la clase política -ni ellos mismos-, hay desempleo, hay vida cara, y ¿tengo que decir de la inseguridad? Creo que esto último será -está siendo ya- la gota que en México derrama el vaso y que propicie que los que estamos acostumbrados a obedecer dejemos de hacerlo, pues la inseguridad y el fuego cruzado en las calles sólo nos deja sobrevivir, no vivir”.

Esos dos grupos del norte lanzan una señal de resistencia, hay que abrir el telón de plomazos y las puertas del teatro o de espacios alternativos de presentación poco a poco, con dificultades sin duda, pero instalados en la necesidad de que se sigan llevando a cabo las presentaciones; cancelar es darse por vencidos.

Continúo caminando con Retes al lado y procuro ser un promotor sagaz, el material que hay para armar ficciones teatrales es inabarcable, un poco agorero; la sangre simulada en el escenario frente a los performances de los cuerpos de ejecutados en calles y carreteras. La Revolución de hace cien años llegó del norte, pero estructurada, con un cierto ideario, ésta de ahora es la tierra de nadie, la celebración de una impunidad que no debe permitirse.

De patos y rinocerontes

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Este texto viene en el número más reciente de la revista Paso de gato, es resultado de la experiencia tremenda de pasar unos días en Reynosa y conocer el terror de la violencia cotidiana, que afecta a todos los habitantes de esa Ciudad y del Estado entero, donde hace poco más de una semana asesinaron al candidato que iba a ganar la gubernatura.

Quiero presentarlo en este espacio y dedicarlo con todo cariño y reconocimiento a quienes enmedio de balaceras, persecuciones y retenes siguen haciendo teatro.


El gobierno de Canadá, intrigado por la contaminación de una de sus aves migratorias, unos patos, decidió investigar la causa y resolverla, pues contagiaban a varios de sus congéneres. Después de una investigación tipo documental de National Geographic, delimitaron que la fuente del mal era la Laguna Escondida, en Reynosa, Tamaulipas, México, dañada históricamente por vertederos de Pemex.

Con gran corrección política, los canadienses decidieron hacer una aportación significativa para limpiar la Laguna conjuntamente con autoridades municipales y estatales. El trabajo lleva un gran progreso y va a ser un marco inmejorable para el nuevo Parque Cultural Reynosa, que abrirá sus puertas en unos cuantos meses en esa Ciudad fronteriza. El verbo abrir es muy adecuado, la arquitectura del lugar, su ubicación y fachada multicolor abren los brazos, invitan a entrar a sus teatros, galerías y restoranes.

La pregunta correspondiente, claro, es ¿quién se va a animar a recibir ese abrazo? Los grupos se reúnen poco y ensayan menos, no hay presentaciones, un grupo valiente de actores y músicos se acercan al joven Shakespeare para intentar hablar del poder y la usurpación, ¿podrán seguir ensayando? ¿estrenarán? Es lo deseable, alguien debe abrir las puertas menos espectaculares pero más útiles de una obra de teatro tan pertinente como Macbeth. Las únicas actividades culturales que se continúan realizando, con asistencia que disminuye, son las de formación.

Se viven momentos difíciles en todo el Estado y en esa Ciudad en particular. El periodista Miguel Treviño Rábago escribió el 24 de febrero del presente año el texto Reynosa huele a muerte, donde señalaba que “como en las viejas películas del oeste, nada más el viento recorre las calles. Nos hace recordar los momentos antes de los duelos en que la gente corría a esconderse. Así estamos todos en ésta ciudad; escondidos y asustados. Los pistoleros famosos andan enojados y han prometido exterminarse unos a otros. El problema es que el sheriff también abandonó el pueblo. Reynosa es por el momento, tierra de nadie”.

Durante una estancia significativa en esa ciudad pude comprobar que esa imagen de escondidos y asustados entre la población, incluidos desde luego los teatristas, es la pura verdad. En la radio o en las redes sociales se avisa en Ciudad de México de los puntos críticos del tráfico, en Reynosa de balaceras. En medio de una comida o una cena, los asistentes bajan la voz cada que dicen frases como “los zetas” o “los del cártel del golfo”, genéricamente se refieren a ellos como los malandros. Sin exagerar, todos conocen de primera mano casos de heridos de bala, “levantados”, quemazones de oficinas públicas, correteados; sobrevivientes todos. Ser un simple ciudadano, de cualquier oficio o profesión, teatro incluido, es un peligro.

Como en el Rinoceronte, la famosa obra de Ionesco, se ve pasar la brutalidad al lado, se le teme y se le ignora a la vez. En lugar del paquidermo de cuernos bestiales, camionetas negras blindadas que en determinados momentos ostentan en los vidrios polarizados, con pintura de cera líquida, CDG (Cártel del Golfo), que en una manta colocada en diversos puntos de la Ciudad el 20 de febrero, anunciaba:“Reynosa es una ciudad segura, no pasa nada ni pasará nada, sigan su vida normal”.

Los automovilistas manejan con temor, les cambia la cara cuando una camioneta se coloca detrás de ellos, aceleran para llegar a casa, cuando no conviene oir algo, es más pertinente ignorarse, sordearse. Dice una joven actriz, “es como vivir encañonado, celebramos el bicentenario sin poder salir de casa.”

También circula entre los norteños una parodia bastante ácida de la prueba Enlace que realiza la SEP, una de las preguntas es: “Juanito tiene una AK -47 con un cargador de 30 tiros. Por lo general falla 6 de cada 10 tiros, y utiliza 13 tiros cada vez que dispara desde su coche en movimiento. ¿Cuantas veces puede Juanito disparar desde su coche en movimiento antes de tener que recargar su arma?”

¿Cómo es posible, se pregunta uno, que esto se ignore en el resto del país? Se habla de capturados, de pérdidas civiles, pero no de la descomposición radical de la calidad de vida en un lugar. Lo que es claro es que no cabe la apatía, informarse también es una decisión, una actividad; la red lo facilita. Sorpréndase, escriba en el buscador de You Tube Balaceras Reynosa.

El periodista Marc Lacey escribe en el New York Times, el 24 de marzo, una nota cuyo cabeceo es inclemente, En la guerra contra las drogas, México pelea contra el Cartel y consigo mismo: “A veces creo que esta es una guerra que nunca podrás ganar”, susurra un soldado mexicano al reportero, lejos del alcance del oído de su comandante, durante un patrullaje en Reynosa, “haces lo que puedes, pero ellos son mucho más que nosotros”.

Y desde luego ese es el otro caso, la presencia del ejército federal, otro rinoceronte, pero fuera de hábitat, descontrolado y sediento. Impone a la vista el desplazamiento de convoyes por la ciudad, los retenes continuos, imponen más relatos que asombran: han llegado a disparar a autos en movimientos cuyos tripulantes son simples ciudadanos. Un artista de la escena cuenta su experiencia de resurrección: tomó un libramiento, el de Nuevo Laredo, y desde un retén le disparan, alcanza a refugiarse bajo el volante, los soldados lo sacan, tiene sangre, como puede llega a un hospital, un rozón de bala; sobrevive.

Por otro lado esos integrantes del ejército no están cómodos, habitan en campamentos improvisados, apretados muchas veces en pocas habitaciones, sin el equipamiento ni los recursos para hacer frente a un clima que a partir de junio va a ser muy caluroso, algunos de ellos de plano piden ayuda para conseguir cantimploras o casas de campaña, muchos tampoco reciben su salario a tiempo. Una profesora refiere una escena antológica “cruzando el puente internacional por Progreso, recordé que traía unas bolsas de manzanas y naranjas en el auto, no las podemos cruzar por ley, así que llamé a un soldado de una tanqueta estacionada justo antes de la caseta de cobro, y después de una cara hosca al oir lo que le ofrecía, rapidito soltó la metralla, saltó del tanque y se acercó totalmente vulnerable, recibió con una sonrisa de oreja a oreja las bolsas de frutas diciendo que qué bueno porque tenía hambre”.

El día a día de los reynosenses está plagado de anécdotas de supervivencia, no tan felices como el acto de soltar una metralleta para tomar fruta: una profesora de preescolar interrumpe la actividad con sus pequeños y les pide que se acuesten en el piso, boca abajo, y que le digan un cuento. Cuando terminan vuelven a sentarse y tan sólo unos minutos después les pide hagan la misma actividad, para luego organizar recreos que no ocurren en el patio, sino en el propio salón. Balaceras a unas cuadras de distancia. Más tarde, en la calle, puede verse a niños que juegan con los agujeros de bala en las paredes.

Público familiar que asiste al cine en un centro comercial se ve atrapado por tiroteos, los meten en un refrigerador para protegerse, otros tantos se refugian en un Carl’s Jr, ¿puede el olor a hamburguesa ser más inoportuno? O bien un joven actor habla por celular mientras cruza un puente de peatones. Minutos después es levantado por una patrulla del CDG, lo interrogan, lo suponen informante, registran su casa, lo salva el ostentarse como actor. Qué terrible razonamiento pero qué salvación, ¿hay algo menos peligroso que eso?

Poco alientan las señales disparatadas del jefe del Ejecutivo, que habla, desde la derrota, de una guerra que se está ganando, que celebra como logro la muerte de un narcotraficante cuyo cuerpo ensangrentado, cubierto de dólares, fue fotografiado y dio la vuelta al mundo, que anuncia con alivio que sólo el diez por ciento de las víctimas, que pasan por cierto de veinte mil, son civiles, o que cuestiona la difusión en los medios de las narcomantas, no la razón de su existencia, sino su aparición en primeras planas. ¿Puede nuestro mencionado y admirado Ionesco tener mayor actualidad?

En el otro extremo del Estado, en Tampico, la cosa no está mejor, los dos rinocerontes pastan a la orilla del Golfo.

Por ejemplo, el programa nacional de teatro escolar que organiza el INBA, ha visto muy lastimada su operación, una destacada directora y promotora cultural de ese puerto, con collarín ortopédico resultado de evitar de la manera más rápida una persecución, señala que “todas las funciones a partir de la semana santa han sido canceladas, evidentemente las escuelas no quieren salir. Peor aún, hay escuelas que han cancelado clases”. Ante el reclamo de no acudir al teatro, una directora de Escuela pregunta: “¿cómo quiere que saquemos a los niños al teatro, si la tercera parte ni siquiera viene a la Escuela?”.

A las siete y media de la tarde las calles se vacían. Son impresionantes las fotos que pueden encontrarse del centro de esa ciudad, tradicionalmente pletórico de actividad; como película de ciencia ficción donde la humanidad ha desaparecido, ¡No se ve a nadie! Además, hace poco un reportaje televisivo mostraba que en las escuelas de educación básica de ese puerto hacen ya simulacros de balacera, con la misma o mayor pertinencia que si se tratara de un incendio o un temblor.

No es sólo la actividad teatral la que se desmorona, sino todo el tejido social y económico, la gente no sale al cine, cancelan la Feria de Tampico, incluso presentaciones del cómico de la televisión Polo Polo. Ángeles de la flama roja, obra ganadora de una convocatoria que regularmente convoca a muchos espectadores, estrenó con cincuenta personas en una sala para 200 y luego llegó a tener funciones con siete, amigos por cierto del elenco.

Allí se lanza una señal de resistencia, hay que abrir el telón y las puertas del teatro o de espacios alternativos de presentación poco a poco, con dificultades sin duda, pero instalados en la necesidad de que se sigan llevando a cabo las presentaciones; cancelar es darse por vencidos. Renunciar a la diversión es doblegar el espíritu, la actividad escénica fue un polo de resistencia durante los bombardeos a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial y esa es una lección que no debe dejarse pasar, a pesar de que en Tamaulipas el bombardeo no venga de una sola fuente.

La aspiración de los teatristas de Reynosa, de Tampico, de todo Tamaulipas es la de los patos canadienses, ser protegidos en su espacio natural y moverse en él con seguridad, con la esperanza de despegar y aterrizar pronto en un escenario, lejos del alcance de escopetas y estampidas de rinocerontes.