De patos y rinocerontes
Este texto viene en el número más reciente de la revista Paso de gato, es resultado de la experiencia tremenda de pasar unos días en Reynosa y conocer el terror de la violencia cotidiana, que afecta a todos los habitantes de esa Ciudad y del Estado entero, donde hace poco más de una semana asesinaron al candidato que iba a ganar la gubernatura.
Quiero presentarlo en este espacio y dedicarlo con todo cariño y reconocimiento a quienes enmedio de balaceras, persecuciones y retenes siguen haciendo teatro.
El gobierno de Canadá, intrigado por la contaminación de una de sus aves migratorias, unos patos, decidió investigar la causa y resolverla, pues contagiaban a varios de sus congéneres. Después de una investigación tipo documental de National Geographic, delimitaron que la fuente del mal era la Laguna Escondida, en Reynosa, Tamaulipas, México, dañada históricamente por vertederos de Pemex.
Con gran corrección política, los canadienses decidieron hacer una aportación significativa para limpiar la Laguna conjuntamente con autoridades municipales y estatales. El trabajo lleva un gran progreso y va a ser un marco inmejorable para el nuevo Parque Cultural Reynosa, que abrirá sus puertas en unos cuantos meses en esa Ciudad fronteriza. El verbo abrir es muy adecuado, la arquitectura del lugar, su ubicación y fachada multicolor abren los brazos, invitan a entrar a sus teatros, galerías y restoranes.
La pregunta correspondiente, claro, es ¿quién se va a animar a recibir ese abrazo? Los grupos se reúnen poco y ensayan menos, no hay presentaciones, un grupo valiente de actores y músicos se acercan al joven Shakespeare para intentar hablar del poder y la usurpación, ¿podrán seguir ensayando? ¿estrenarán? Es lo deseable, alguien debe abrir las puertas menos espectaculares pero más útiles de una obra de teatro tan pertinente como Macbeth. Las únicas actividades culturales que se continúan realizando, con asistencia que disminuye, son las de formación.
Se viven momentos difíciles en todo el Estado y en esa Ciudad en particular. El periodista Miguel Treviño Rábago escribió el 24 de febrero del presente año el texto Reynosa huele a muerte, donde señalaba que “como en las viejas películas del oeste, nada más el viento recorre las calles. Nos hace recordar los momentos antes de los duelos en que la gente corría a esconderse. Así estamos todos en ésta ciudad; escondidos y asustados. Los pistoleros famosos andan enojados y han prometido exterminarse unos a otros. El problema es que el sheriff también abandonó el pueblo. Reynosa es por el momento, tierra de nadie”.
Durante una estancia significativa en esa ciudad pude comprobar que esa imagen de escondidos y asustados entre la población, incluidos desde luego los teatristas, es la pura verdad. En la radio o en las redes sociales se avisa en Ciudad de México de los puntos críticos del tráfico, en Reynosa de balaceras. En medio de una comida o una cena, los asistentes bajan la voz cada que dicen frases como “los zetas” o “los del cártel del golfo”, genéricamente se refieren a ellos como los malandros. Sin exagerar, todos conocen de primera mano casos de heridos de bala, “levantados”, quemazones de oficinas públicas, correteados; sobrevivientes todos. Ser un simple ciudadano, de cualquier oficio o profesión, teatro incluido, es un peligro.
Como en el Rinoceronte, la famosa obra de Ionesco, se ve pasar la brutalidad al lado, se le teme y se le ignora a la vez. En lugar del paquidermo de cuernos bestiales, camionetas negras blindadas que en determinados momentos ostentan en los vidrios polarizados, con pintura de cera líquida, CDG (Cártel del Golfo), que en una manta colocada en diversos puntos de la Ciudad el 20 de febrero, anunciaba:“Reynosa es una ciudad segura, no pasa nada ni pasará nada, sigan su vida normal”.
Los automovilistas manejan con temor, les cambia la cara cuando una camioneta se coloca detrás de ellos, aceleran para llegar a casa, cuando no conviene oir algo, es más pertinente ignorarse, sordearse. Dice una joven actriz, “es como vivir encañonado, celebramos el bicentenario sin poder salir de casa.”
También circula entre los norteños una parodia bastante ácida de la prueba Enlace que realiza la SEP, una de las preguntas es: “Juanito tiene una AK -47 con un cargador de 30 tiros. Por lo general falla 6 de cada 10 tiros, y utiliza 13 tiros cada vez que dispara desde su coche en movimiento. ¿Cuantas veces puede Juanito disparar desde su coche en movimiento antes de tener que recargar su arma?”
¿Cómo es posible, se pregunta uno, que esto se ignore en el resto del país? Se habla de capturados, de pérdidas civiles, pero no de la descomposición radical de la calidad de vida en un lugar. Lo que es claro es que no cabe la apatía, informarse también es una decisión, una actividad; la red lo facilita. Sorpréndase, escriba en el buscador de You Tube Balaceras Reynosa.
El periodista Marc Lacey escribe en el New York Times, el 24 de marzo, una nota cuyo cabeceo es inclemente, En la guerra contra las drogas, México pelea contra el Cartel y consigo mismo: “A veces creo que esta es una guerra que nunca podrás ganar”, susurra un soldado mexicano al reportero, lejos del alcance del oído de su comandante, durante un patrullaje en Reynosa, “haces lo que puedes, pero ellos son mucho más que nosotros”.
Y desde luego ese es el otro caso, la presencia del ejército federal, otro rinoceronte, pero fuera de hábitat, descontrolado y sediento. Impone a la vista el desplazamiento de convoyes por la ciudad, los retenes continuos, imponen más relatos que asombran: han llegado a disparar a autos en movimientos cuyos tripulantes son simples ciudadanos. Un artista de la escena cuenta su experiencia de resurrección: tomó un libramiento, el de Nuevo Laredo, y desde un retén le disparan, alcanza a refugiarse bajo el volante, los soldados lo sacan, tiene sangre, como puede llega a un hospital, un rozón de bala; sobrevive.
Por otro lado esos integrantes del ejército no están cómodos, habitan en campamentos improvisados, apretados muchas veces en pocas habitaciones, sin el equipamiento ni los recursos para hacer frente a un clima que a partir de junio va a ser muy caluroso, algunos de ellos de plano piden ayuda para conseguir cantimploras o casas de campaña, muchos tampoco reciben su salario a tiempo. Una profesora refiere una escena antológica “cruzando el puente internacional por Progreso, recordé que traía unas bolsas de manzanas y naranjas en el auto, no las podemos cruzar por ley, así que llamé a un soldado de una tanqueta estacionada justo antes de la caseta de cobro, y después de una cara hosca al oir lo que le ofrecía, rapidito soltó la metralla, saltó del tanque y se acercó totalmente vulnerable, recibió con una sonrisa de oreja a oreja las bolsas de frutas diciendo que qué bueno porque tenía hambre”.
El día a día de los reynosenses está plagado de anécdotas de supervivencia, no tan felices como el acto de soltar una metralleta para tomar fruta: una profesora de preescolar interrumpe la actividad con sus pequeños y les pide que se acuesten en el piso, boca abajo, y que le digan un cuento. Cuando terminan vuelven a sentarse y tan sólo unos minutos después les pide hagan la misma actividad, para luego organizar recreos que no ocurren en el patio, sino en el propio salón. Balaceras a unas cuadras de distancia. Más tarde, en la calle, puede verse a niños que juegan con los agujeros de bala en las paredes.
Público familiar que asiste al cine en un centro comercial se ve atrapado por tiroteos, los meten en un refrigerador para protegerse, otros tantos se refugian en un Carl’s Jr, ¿puede el olor a hamburguesa ser más inoportuno? O bien un joven actor habla por celular mientras cruza un puente de peatones. Minutos después es levantado por una patrulla del CDG, lo interrogan, lo suponen informante, registran su casa, lo salva el ostentarse como actor. Qué terrible razonamiento pero qué salvación, ¿hay algo menos peligroso que eso?
Poco alientan las señales disparatadas del jefe del Ejecutivo, que habla, desde la derrota, de una guerra que se está ganando, que celebra como logro la muerte de un narcotraficante cuyo cuerpo ensangrentado, cubierto de dólares, fue fotografiado y dio la vuelta al mundo, que anuncia con alivio que sólo el diez por ciento de las víctimas, que pasan por cierto de veinte mil, son civiles, o que cuestiona la difusión en los medios de las narcomantas, no la razón de su existencia, sino su aparición en primeras planas. ¿Puede nuestro mencionado y admirado Ionesco tener mayor actualidad?
En el otro extremo del Estado, en Tampico, la cosa no está mejor, los dos rinocerontes pastan a la orilla del Golfo.
Por ejemplo, el programa nacional de teatro escolar que organiza el INBA, ha visto muy lastimada su operación, una destacada directora y promotora cultural de ese puerto, con collarín ortopédico resultado de evitar de la manera más rápida una persecución, señala que “todas las funciones a partir de la semana santa han sido canceladas, evidentemente las escuelas no quieren salir. Peor aún, hay escuelas que han cancelado clases”. Ante el reclamo de no acudir al teatro, una directora de Escuela pregunta: “¿cómo quiere que saquemos a los niños al teatro, si la tercera parte ni siquiera viene a la Escuela?”.
A las siete y media de la tarde las calles se vacían. Son impresionantes las fotos que pueden encontrarse del centro de esa ciudad, tradicionalmente pletórico de actividad; como película de ciencia ficción donde la humanidad ha desaparecido, ¡No se ve a nadie! Además, hace poco un reportaje televisivo mostraba que en las escuelas de educación básica de ese puerto hacen ya simulacros de balacera, con la misma o mayor pertinencia que si se tratara de un incendio o un temblor.
No es sólo la actividad teatral la que se desmorona, sino todo el tejido social y económico, la gente no sale al cine, cancelan la Feria de Tampico, incluso presentaciones del cómico de la televisión Polo Polo. Ángeles de la flama roja, obra ganadora de una convocatoria que regularmente convoca a muchos espectadores, estrenó con cincuenta personas en una sala para 200 y luego llegó a tener funciones con siete, amigos por cierto del elenco.
Allí se lanza una señal de resistencia, hay que abrir el telón y las puertas del teatro o de espacios alternativos de presentación poco a poco, con dificultades sin duda, pero instalados en la necesidad de que se sigan llevando a cabo las presentaciones; cancelar es darse por vencidos. Renunciar a la diversión es doblegar el espíritu, la actividad escénica fue un polo de resistencia durante los bombardeos a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial y esa es una lección que no debe dejarse pasar, a pesar de que en Tamaulipas el bombardeo no venga de una sola fuente.
La aspiración de los teatristas de Reynosa, de Tampico, de todo Tamaulipas es la de los patos canadienses, ser protegidos en su espacio natural y moverse en él con seguridad, con la esperanza de despegar y aterrizar pronto en un escenario, lejos del alcance de escopetas y estampidas de rinocerontes.
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