El hermano Fernando
Esto del regreso a clases es una buena oportunidad para recordar a un profesor, hermano lasallista, que tuve en la Escuela donde pasé la mayor parte de la primaria y secundaria.
Hablar bien de él, significa en contraste hablar de los que fueron horrorosos y de la gran variedad de castigos físicos que eran pilar de su metodología. El de civismo, por ejemplo, aplicaba un certero golpe en el antebrazo que provocaba inflamación inmediata, una “bolita”, y nos aumentaba puntos a cambio de fotos de Irán Eory. La titular de cuarto año, un ser atroz, nos jalaba de las patillas para aprender a hacer correctamente las pausas en una lectura. El de quinto, idéntico al Guapo Ben de Los cuatro fantásticos, era especialista en lanzar el borrador a través de los metros y metros de salón a quien hiciera un poco de desorden. Eso por no hablar de las infaltables confesiones mensuales con curas cansados y somnolientos.
Por todo ello, llegar el primer día de clases a mirar las listas que se pegaban en unos postes, donde se señalaban cómo se habían dividido los grupos “A” y “B”, era casi como enterarse de si uno estaba sentenciado a las minas de sal o a Lecumberri.
En cambio el milagro ocurrió en sexto año. El hermano Fernando era muy joven, de trato amable, nos hacía cantar en italiano, organizar campamentos memorables, ganar todos los premios posibles de la primaria, consistentes en “minutos”, que al irse acumulando de quince en quince permitían armar un día libre. Pero creo que su mayor gloria fue participar en el concurso de poesía de cada año con un texto de ¡protesta! en formato coral, sobre el racismo en los Estados Unidos. Así es que entre el recitado de En paz de Amado Nervo y Cuando sepas hallar una sonrisa, de González Martínez, aparecíamos unos ocho compañeros, con cara, manos y tobillos pintados de negro, diciendo cosas como: “Nos tratan de antemano de ladrones/ desde que estamos formándonos callados/ en el vientre renegrido de la madre”.
Desde luego perdimos el concurso y el querido hermano Fernando ya nunca dio clases en esa escuela. Pero a mi, a la fecha, me sigue dictando cátedra.
Carta a Julianne
Señora Julianne Moore:
Me dirijo a usted para expresarle algunas opiniones personales y por ello conviene antes hacer algunas aclaraciones. Primero la del idioma, le escribo en castellano por comodidad y porque hacerlo en inglés me haría sentir un poco inseguro, sentimiento que usted por lo que se alcanza ver no conoce. La única desventaja es que así le tengo que hablar de usted, ni modo. La otra aclaración es que éste es un blog, o sea un espacio público. Pero despreocúpese, además de quien esto le escribe, es posible que sólo dos o tres cibernautas despistados se enteren de este saludo tan personal.
Su carrera como actriz de cine se ha cruzado con la mía de espectador en muchos momentos, desde aquellas en que usted aparece como profesionista o ama de casa de “suburbios” y que llegan a ser notables, como Short cuts, de Altman, hasta otras más recientes donde usted ya aparece como estelar, tipo Boggie Nights o Far from Heaven.
Aunque también hay desde luego trabajos más alternativos, como el legendario texto de Samuel Beckett, Not I, dirigido por Neil Jordan. En esa obra la protagonista se llama Boca y literalmente es una boca que escupe palabras, así es que usted da cuerpo, con su boca, dientes, lengua y saliva, a esa peculiar entidad.
Pero esta pequeña carta es nomás para reconocer su capacidad para saltar sin red. Me refiero a esa buena película que se llama Magnolia, donde usted interpreta a una mujer cuyo anciano y millonario esposo está a punto de morir y por tanto de dejarle millones y millones de dolarucos. Es una historia que conjuga a varios personajes en situaciones complicadas e intensas y en donde hay una escena que me encanta: casi al final y sin que venga a cuento, esos protagonistas, desde sus circunstancias diversas, ¡cantan! una canción de Aimee Mann que se llama Wise up.
Pues bien, hace poco vi una larga entrevista a P.T. Anderson, director y guionista, y en algún momento lo abordaban en específico acerca de esa escena, él confesaba la dificultad enorme que tuvo, pues los actores no querían cantarla, les parecía que era absurdo que en los momentos devastadores que vivían, pudieran ponerse a cantar una balada pop; dijeron que no. Sin embargo la escena se logró, y sólo fue posible porque según narra Paul Thomas, alguien dijo “pues yo sí la canto”. Desde luego se trataba de usted y después de usted, todos dijeron "ni modo que yo no" y la cantaron, justificándolo de acuerdo a la situación de cada uno. La escena es espléndida y sintetiza todo el espíritu de esa cinta.
Es como tener claro que a veces hay que dar pasos que no se sabe a dónde van, aunque en apariencia los suyos siempre se dan bien.
Para llevarle la contra a otra canción, ahora de Compay Segundo, a veces hay que dejar el camino para tomar la vereda.
¿veinte años no es nada?
Veinte años de The Joshua Tree
Existe aún en el cuadrante de FM una estación que se llama Radio Universal, “tu gran compañera”, que se caracteriza por su repertorio sesentero y básicamente fresón de canciones en inglés. De los Everly Brothers a los Beatles, de Paul Anka a Elton John. De tanto en tanto han ido agregando “novedades”, como los Bee Gees o Barbra Streisand y desde luego es motivo de burlas hacia los conocidos que gustan de esos legendarios álbumes.
Pero la nostalgia es inclemente y la sonrisa irónica se me desdibujó del rostro cuando me di cuenta que el grupo The Police ya era parte del acervo, pero el colmo de los colmos fue descubrir que lo mismo ocurría con ¡U2! No es posible, pensé, y me puse a buscar el disco legendario de The Joshua Tree, para descubrir que sí lo tenía, pero en acetato, y que este año cumple veinte de haber sido grabado.
Ese tiempo le ha sentado de maravilla, la notable portada en verdad expresa un mundo sugerente, limpio, íntimo, cercano al blues, con varias rolas que la mercadotecnia abarata y que a pesar de ello resisten, otras de vuelos líricos, que dicen por ejemplo:
You gotta cry without weeping
talk without speaking
scream without raising your voice
you know I took the poison from the poison stream
then I floated outta here
Ahora, veinte años después, Bono se ha puesto unos kilos encima, apoya iniciativas a favor de países jodidos, regaña a Bush hijo y pasea de la mano con Penélope Cruz, mientras en algún taxi desprevenido, uno escucha Where the streets have no name.
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