En el principio fue el balón, por Teófilo Guerrero


Una colaboración invitada, de la cual me siento muy honrado, del teatrista tapatío Teófilo Guerrero.

(El juego de trayectorias como modelador de discurso, o vamos dándole ollazos, que el que persevera alcanza)

Partimos del balón en la media cancha: los unos y los otros en su territorio, conservando sus posiciones de partida, que quien sabe si serán las que van a terminar conservando en razón de conseguir una de las tantas metas durante el desarrollo del juego. Pero también partimos del escenario, el espacio vacío, la palabra, la acción, y la figura (actor, personaje, presencia o sombra) que aparece en un estado, al que seguramente no va a regresar, pues el tránsito que comenzará también implica cambio e irreversibilidad. En esta Ponencia se explora la relación entre discurso, tiempo y espacio, desde sus instancias de conjugación y sentido, estableciendo una analogía con el principio de estrategia en el futbol, en el marco espacio-temporal la convivencia entre objetos y fenómenos como generadores de una realidad-otra: fugaz y significativa, a partir de la noción de deseo como fuerza impulsora.
Comenzaré conjurando los lugares comunes para descartarlos de una vez y no caer en ellos, aunque la verdad es que en un tema como el que nos ocupa es complicado hacer regates tan continuos sin caer en fuera de lugar:
Dar tiempo al tiempo (Incluidos los minutos de compensación)
El tiempo es la medida del hombre (105 por 68 mts. es la medida del universo
verde del juego del hombre)
Hay más tiempo que vida (Pregúntenle al Cruz Azul en su más reciente final contra el América...)
Aquí y ahora, y Nadie se baña dos veces en el mismo río (Postulado impugnado por Lionel Messi el 18 de abril de 2007 frente al Getafe, al repetir paso por paso el gol anotado por Maradona a los ingleses en 1986).
Conjurados los lugares comunes, doy paso al tiempo concedido para la presente ponencia.

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Un hombre a borde de cancha en la banca, sus jugadores van saliendo cabizbajos y escupiendo la grama copiosamente. El hombre tiene la mirada fija en el diámetro que marca la media cancha, sin mirarla realmente. El marcador que no se atreve a ver, sentencia: su equipo pierde por tres a cero, y a partir de ahora sólo tiene catorce minutos con treinta y dos segundos de descanso, y cuarenta y cinco minutos de juego para remontar. Tiempo y espacio se han comprimido a esa mancha verde con blanco que mira obsesivamente.
Es la nada. De inmediato alguien, fuera de ahí, en otro lugar podría equiparar el sentimiento de nuestro hombre con el del personaje del excepcional actor Oleg Yankovsky, en Nostalghia, de Andrei Tarkovsky, cuando en una escena enfrenta súbitamente la incertidumbre durante menos de un segundo; pero eso no va a suceder, quien podría hacerlo está en el teatro, con el mismo sentimiento, pues se encuentra a punto de entrar a escena, y no existe absolutamente nada, nada. No hay tiempo, no hay espacio, sólo la infinitud de un momento.
Un grito en la tribuna despierta al hombre con todo y su pantalón largo, es su hijo de once años: “¡vamos papá”, sí se puede! Luego viene un destello súbito en el pecho, el deseo, y con este llegan aparejados los objetivos, y luego las metas concretas, todo esto en la mente de nuestro hombre, el tiempo ha comenzado, háganle espacio. En su mente, el deseo ilumina zonas especificas, recorre todos los rincones a una velocidad vertiginosa, entre más rápido, más se acorta el espacio. Es bueno tener deseos, los deseos activan el tiempo, y el miedo lo detiene.
Pero desear (el deseo puesto en tiempo, activado) también tiene sus inconvenientes, suele ir demasiado rápido, lo que acorta el espacio, el deseo nos apremia entre más fuerte es, y el tiempo sólo tiene presente, pasado y futuro para albergarnos como pasajeros del deseo, y no más.
Volviendo al hombre del pantalón largo, acaba de activar el tiempo, su tiempo, al desear, pero éste sólo existe en su cabeza, para hacer nacer el tiempo en la realidad concreta, esa que es común a todos, deberá ponerlo en el espacio, ese campo de disponibilidad objetual, luego temporal, por consecuencia. Desea ganar, no sólo buscar un empate que le haría recuperar medianamente su dignidad, dejarlo como antes de que comenzara el partido, no: quiere ganar, sí se puede.
Las estadísticas le dicen otra cosa, su equipo anota cada 33 minutos, por lo que necesitaría 132 minutos, o sea, comprimir la “masa” de 132 minutos en sólo 45, más lo que el nazareno considere como tiempo extra. Es demasiado el deseo para tan poco tiempo.
En ese momento, en ese exacto momento otro hombre, el actor, entra a escena, lo hace con la vista puesta en su primer objetivo, habitar el espacio, extenderse inventando un otro tiempo que es el mismo para quien se encuentra mirándolo,
pero el deseo, la calidad temporal de habitación del espacio en uno y otro, esa si es diferente.
En el estadio, el hombre ajusta su pantalón, se dirige al 10, su alter ego en otro espacio, el espacio real, concreto; lo mira, le suelta una monserga de indicaciones, una arenga sobre el orgullo, y una perorata de adjetivos (Discursos diferentes, a velocidades diferentes, el ritmo, la velocidad y la pausa como modeladores del argumento) que el otro escuchará con la mirada puesta en la cancha, luego abre los ojos desmesuradamente, asiente resignado y entra al campo, sólo piensa en el tiempo.
Si de por sí, “el pensamiento no sabe de qué manera abordar la cuestión del tiempo. Frente al mismo, da vueltas, se mete en lascivos meandros y pesca furtivamente en lo heteróclito: “Cómo ves, dudo entre esto y lo otro”. Esto da lugar a intensas tergiversaciones. A veces concibe el tiempo como lo que pasa, y otras como la trama desprovista de toda modificación.”1
Y el 10, ese sujeto que porta su destino en el dorso, ese hombre de pantalón corto y responsabilidad larga, se coloca en el centro del espacio, escucha el silbatazo y toca el balón, comenzando la creación del tiempo.
“El número 10 resulta clave para una especie que cuenta con los dedos. El sistema decimal permite medir el tiempo con las manos. De manera lógica, la más redonda de las cifras prestigia al artífice del futbol, el mariscal de campo que decide la estrategia... el verdadero sentido del número en su espalda consiste en indicar cuántos jugadores dependen de él.”2
De frente al balón, mirará a sus compañeros, él no lo sabe, pero al mismo tiempo que los ve está haciendo cálculos físicos, matemáticos, de probabilidad: vectores, velocidad, ritmo, pausa, aceleración y vacío, son categorías que su cuerpo conoce de memoria, pero él no lo sabe, ni lo sabrá, los ejercerá a partir del cuerpo, esa pequeña mole de 1.68 mts. de estatura y sesenta y cinco kilos de peso.
Jorge Wagensberg, científico Catalán, supongamos que seguidor Culé, escribió en 2007 “La rebelión de las formas”, un libro de divulgación científica que bien podría pasar por un buen libro de teoría del tiempo y espacio escénicos, al encargar al tránsito de los objetos en el espacio la creación del tiempo.
La realidad se compone de dos cosas: objetos y fenómenos. Los objetos son distribuciones espaciales de materia, energía e información. Los fenómenos son cambios temporales de los objetos. La creación de la realidad coincide con la
creación del tiempo. En el instante siguiente se inicia la transformación de la realidad, la expansión del espacio y el despliegue del tiempo.
Los objetos son los futbolistas, la portería, la cancha, los aficionados y hasta el árbitro. Pero especialmente el balón, el rey de los objetos, el generador de fenómenos, es decir, el artífice del cambio temporal de los objetos. Al comenzar a rodar, comenzará la realidad, y al transformarse, el espacio y el tiempo tienen nombre y apellido: futbol, como la acción, el movimiento, el gesto, la presencia y la palabra lo son en el actor. Si pensamos en el actor, las líneas de luz, los objetos escenográficos, la utilería, la música, etc... como objetos, y su interacción puesta en juego como creadora de innumerables fenómenos que ocurren en un juego de combinación-recombinación de sus trayectorias. Pensemos en la puesta en escena como un gigantesco poliedro, con un elemento sígnico en cada cara: gesto, movimiento, palabra, sonidos, notas, sombras, etc., que al recibir un haz de luz: la mirada del espectador, despliega una dinámica lumínica por cada uno de estos elementos, que irá combinándose con otras luces, llenando el espacio que la habita, como una auténtica, inédita danza cromática.
En el cine puede decirse que hay más tiempo que vida, y la vida de la sucesión fotogramática depende del ojo del espectador, los objetos como fantasmas inasibles que se suceden con la rapidez que se terminan las palomitas (a menos que se esté en una sala de arte, donde las palomitas se vuelven un atentado contra la alta cultura cinematográfica).
Volviendo al actor, este es el 10, el oficiante que conduce al público a un tiempo que no conoce a profundidad, lo lleva de la mano eludiendo el hastío, gambeteando el lugar común y alzando la voz contra un árbitro inflexible: la muerte misma del tiempo y del espacio creados.
El actor es el 10 y el 10 es el actor, que se valen de una formula complejamente sencilla: ubicación + mirada + acción = tiempo, la máxima virtud de ambos es que en un espacio acotado, en la inefable prisión del tiempo, crean otro tiempo y espacio a partir de un hecho difícil de constatar: mirarse multiplicados en el espacio, observando todas las posibilidades, varios 10 ó varios actores en el mismo espacio simultáneamente, a lo largo y a lo ancho, y con la responsabilidad de decidir por una probabilidad, un gesto, un pase, una acción, que en sentido estricto es la constatación del tiempo a través del ser.
En todas las actividades humanas es un hecho innegable que el tiempo y el espacio existen, son necesarios tanto como la presencia humana, o lo que es lo mismo, no están si no existe el hombre: Ser es tiempo. Pero en ninguna tan significativa como en el teatro, el cine y el futbol, las actividades más importantes entre las menos importantes, parafraseando a Jorge Valdano.
Y el manejo de las pausas, la velocidad, el ritmo, el alargue de un pase a profundidad, una mirada oblicua, un gesto expandido, un pase en corto, la proyección del grito en el espacio, una rabona imprevista, hacen el tiempo y el espacio en relación con el deseo: de ganar, de perder, de habitar, de ser, de crear, de convertirse en discurso.
La manera en que nuestro hombre de pantalón largo haya dispuesto jugar: lento, rápido, aguantando, atacando, escalonando estrategias, habrá de definirlo como un valiente o como un timorato, un revolucionario como Guardiola, o un conservador como Helenio Herrera y su versión del catenaccio, y en el peor de los casos como un criminal del futbol, es decir, un indolente, un comerciante especulador del deseo ajena, como Mourinho. El 10 será el encargado de establecer las revoluciones del discurso planteado.
El actor ha prevenido el azar, ha establecido previamente estrategias de acotamiento del caos, de uso del tiempo y del espacio, Bajtin lo estableció en su tríada: movimiento, espacio y emoción, la manera en que encare un gesto, ejerza una acción, su amplitud en el espacio y su recorrido temporal determinarán las modalidades del discurso.
El resultado de lidiar con el deseo ha dado como resultado una poética particular: el gol, la emoción del que mira, el grito desaforado del hincha, el aplauso del espectador, la empatía con el discurso.
El deseo redimido, o redomado, eludido o asumido, presenta una última cara que seguirá al espectador o al aficionado durante dos cuadras o durante toda la vida, depende de la consistencia y contundencia del discurso, de su transcurrir que implica a todos los asistentes a ese ritual celebratorio del ser, el permanecer y el estar: un ritual de desafío a la eternidad, un ejercicio extra cotidiano de convocar la presencia del tiempo en un escenario inédito e irrepetible.

Teófilo Guerrero 25 de agosto de 2014

1 Klein, Étienne. (2005)¿Existe el tiempo?. Akal. Madrid.
2 Villoro, Juan. (2014) Balón dividido. Planeta. México.
3 Wagensberg, Jorge. (2004). La rebelión de las formas. Tusquets. Barcelona.

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