La treta de la teta

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Parece una foto imposible, pero es el día del maestro y es la celebración oficial, el pobre Secretario de Educación hace como que no ve, acomoda la silla, hace por unas tarjetas. En cambio ella se orienta a él con total seguridad, pareciera que es Carmen Salinas y lo está cabuleando, mirándole la entrepierna. En realidad se trata de la líder del sindicato magisterial, la famosa Elba Esther Gordillo. Por delante le coloca al Secretario los senos que se le han desbordado, ¿se ha dado cuenta? ¿es a propósito? ¿lo quiere inhibir? ¿o es un performance para manifestar su apoyo a la educación sexual en nivel básico? ¿un reto para ver si él se atreve a practicar inglés y decirle algo así como “compañera, se le ven las bubis”?

En muchas representaciones mitológicas, el órgano sexual que representa el poder en todos los ámbitos es el pene, mejor conocido para efectos simbólicos como “falo”, aquí vemos otra posibilidad que en todo caso pone de manifiesto quiénes y cómo son los que gobiernan el país, en un barco a la deriva que cada tarde presenta una noticia de escándalo.

Por esas fechas en un portal de Internet, apareció la foto de una respetable actriz de cine que se llama Natalie Portman, a quien por otras razones también relacionadas con el volumen, los senos le juegan malas (o buenas, en realidad) pasadas y anda de continuo mostrándolos. En la imagen se le alcanzan a ver unos cuantos milímetros de pezón. Los titulares decían “enseñó de más”.

Los senos de Elba Esther se apropian del mundo, quieren devorarlo con impunidad, nos hacen ver que para ciertas personas todo está permitido, hasta enseñar. Los de Natalie se asoman con timidez, atisban si hay algún paparazzi insensato, la acompañan todo el tiempo mientras difrutamos desde la butaca de cine de su belleza e inteligencia.

¿Dónde quedó el chango?

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Un pueblito de California entra en situación de crisis por una peligrosa enfermedad que se transmite de humano a humano, por un virus que llegó de contrabando de África, alojado en un pequeño simio. Todo mundo comienza a contagiarse y a morir como moscas. Intervienen un científico notable y de buen corazón, una doctora guapa y dos militares, uno bueno, negro, y otro malo, blanco. El malo quiere hacer explotar una bomba atómica para acabar con el virus, los pobladores, la fauna y cualquier otra cosa cercana al apacible lugar, mientras que el bueno apoya al científico para tratar de salvar a la especie humana. Nomás hay que encontrar al chango para obtener de él la vacuna redentora.

Se trata de una película que se llama Outbreak (Epidemia), el médico en cuestión es Dustin Hoffman, urgido de encontrar al pequeño animalito y cuyo rostro preocupado y exhausto de algunas escenas recuerda el de José Ángel Córdova, el Secretario de Salud. El resto de los componentes simbólicos de la película están invertidos respecto a lo vivido en la Ciudad de México estos primeros días de mayo: en vez de un pequeño chango culpable, habemos millones, en vez de militares ansiosos de soltar bombas, políticos ansiosos de mostrarse precavidos por las elecciones, entre los doctores que hemos visto en la tele ninguno tiene la voz de Morgan Freeman y ninguna el rostro de Renne Russo; en vez de una película entretenida de dos horas, dos semanas de una vida social inmovilizada.

Los elementos en común también son interesantes, el miedo, la intolerancia al otro, el desconocimiento; todo mundo cierra la puerta, pocos se animan a volverla a abrir para ventilar, para entrar y salir. Quizá exagero, pero pienso en la mucha razón que tenía un médico especialista catalán cuando señalaba que la duración de la epidemia sería mediática, no clínica.

Sin embargo, aunque vaya desapareciendo cada vez más de las notas principales de periódicos y noticieros, convendría saber dónde demonios quedó el chango.