No cantar
Tuve la fortuna hace más de veinte años (gulp) de tener como maestro de un taller de teatro a José Antonio Alcaraz, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El motivo era hacer un espectáculo musical que nunca se llevó a cabo pero terminó por ser un proceso muy divertido. José Antonio nos puso a escribir textos con premisas como la de hacer un cuento de hadas contado como si fuera nota roja del periódico y a trabajar improvisaciones absolutamente jotas, donde ser heterosexual era la cosa más aburrida. Además nos llevaba al salón de clases a Augusto Monterroso para hablar de Shakespeare y convenció a su gran amiga, Alicia Urreta, para que hiciera la música y nos pusiera las canciones, una de ellas se llamaba La canción de la clase media.
Alcaraz, popularmente conocido como La gorda, era un tipo erudito, sagaz y profundamente mala leche. Los comentarios inclementes que podía hacer sobre una obra de teatro que estrenaba, tenían como destinatario no sólo a su acompañante, sino a unas dos o tres filas a su alrededor. Tan brillante era que en el estreno de La vida es sueño, dirigida por José Luis Ibáñez, despedazaba el montaje, elenco y producción con comentarios viperinos en verso o bien con frases tipo: “¡Y vos qué mal actor sois!”
El caso es que teníamos sesiones de trabajo con Alicia Urreta, La urraca, decía él, que era una persona brillante y generosa, tanto que tenían lugar en su casa. Como aquello debe haber sonado de los mil demonios, la pianista decidió hacer trabajo individual y abrió espacios para ello, mismos que aproveché al máximo pues éramos casi vecinos. Al cabo de algunas de estas sesiones dictaminó con cierta elegancia que cantaba horrible, “eres desentonado”, dijo y luego agregó, “pero entras a tiempo”. Y el mayor bálsamo vino después cuando añadió, “mira, así era Jorge Negrete”.
Pese a la fatal noticia sobre mi canto, nunca he renunciado a la música como acompañante de mi vida, en varias de las obras que he puesto siempre se escuchan canciones; estoy convencido además de que uno va haciendo día a día su pista sonora.
Todo esto viene a colación porque acabo de ver una obra que se llama El gallo, dirigida por el reconocido Claudio Valdés Kuri, que trata de alguna manera de la zozobra de actores negados para el canto. La verdad es que mis pobres oídos sufrieron bastante, pero me daba risa imaginar a José Antonio, lanzando dardos irónicos desde alguna butaca.
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He seguido tu ejemplo y tengo mi blog. Recibe un cálido abrazo desde el desierto (no podría ser de otra manera)y a seguir cantando.
PERIPECIA
1 de diciembre de 2009, 18:58