Los puentes de Ricard



A fines del pasado marzo murió Ricard Salvat, un gran amigo. El texto que viene a continuación fue escrito para un pequeño reconocimiento que se le hará en el Encuentro sobre la voz que organiza Luisa Huertas en días próximos. Es este:

Hace poco más de un año compartía el pan y la sal en una cena con Ricard Salvat, en un homenaje al poeta Marcos Ana, encarcelado 23 años por el régimen de Franco y cuyas memorias serán pronto llevadas al cine por Almodóvar. El festejado leyó algunos versos: “Si salgo un día a la vida/ mi casa no tendrá llaves:/ siempre abierta, como el mar,/ el sol y el aire”. En esa cena, con lo más granado del medio cultural barcelonés, era posible observar a Salvat como pez en al agua, atento, profundamente cortés, afable en la conversación, un experto en el ejercicio de ser anfitrión; el obrero metalúrgico nacido en Tortosa, asistente de Erwin Piscator durante una parte de su estancia en Alemania, se había convertido en un caballero. Sin embargo, su diplomacia entraba en crisis cuando entablaba diálogo con los encargados de producir y promover el teatro en Cataluña, no se entendían, había una mutua desconfianza, era un viejo a quien le tocó picar piedra y formar Escuela, mientras que las generaciones siguientes contaron ya con una infraestructura y medios de circulación teatral realmente envidiables. En el pasado Festival Cervantino, dedicado a Cataluña, Salvat fue el gran ausente, no fue invitado por el Instituto Ramón Llul.

Era de los pocos especialistas europeos interesados en el teatro mexicano, lo conocía bien, tanto por ser un lector continuo como un espectador atento cuando tenía la oportunidad de viajar a México, o cuando pudo llevar artistas y producciones al Festival de Sitges, que organizó durante varios años. Era devoto de la revista Tramoya y de las ediciones de Escenología. La última vez que vino fue en noviembre de 2007, con motivo de la Muestra Nacional de Teatro que se desarrolló en Zacatecas, a ese evento dedicó un espléndido volumen triple de la revista que editaba, en donde aparecen entrevistas a una cantidad impresionante de creadores escénicos, periodistas de teatro e investigadores.

Muchas cosas se podían aprender de Salvat, entre las notables su capacidad para indagar en el otro, escuchar como una manera de entender. Observa a sus entrevistados y a la manera de un pugilista experto, consigue que bajen la guardia, la coraza protectora de intelectuales intensos y profundos. Sin lugar a dudas, este recurso del diálogo periodístico y los contenidos que explora son el aspecto más valioso de un volumen que sin duda es histórico.

También fue un entusiasta colaborador de los Encuentros de Escuelas Superiores de Teatro que se hacían en el Centro Nacional de las Artes, asistió varias veces, armado siempre con su libreta, en la que escribía todo el tiempo con tenacidad. Gracias a él vino a presentarse un grupo de teatro catalán con una versión de El rey mago, de Elena Garro, dirigida por Pedro Gurrola. De esa experiencia se juntaron jóvenes de tres grupos diversos para hacer, años después, un montaje binacional sobre la dignidad y el exilio, Los niños de Morelia, de Rascón Banda, dirigida por Mauricio Jiménez, que con gran éxito se presentó en México y en Barcelona entre 2006 y 2008.

A propósito de esta obra, es inevitable recordar el gran aporte que a la escena y a la cultura mexicana hicieron, mirando desde afuera y desde adentro, con un honroso sentido de generosidad, exiliados republicanos como Ofelia Guilmáin, Álvaro Custodio, Max Aub, Augusto Benedico o León Felipe.

El cine mexicano de la época de oro lo enamoró antes que el propio país, no había mayor belleza que la de Dolores del Río ni mayor talento plástico que el de Gabriel Figueroa. Encontraba a Cantinflas vivo a cada momento, en el habla pero también en la situación, por ejemplo en un reportaje televisivo de hace años que le divirtió mucho en el cual se registraba una redada en la colonia Buenos Aires. Una señora reclamaba voz en cuello a la cámara: “¡Por favor, no se los lleven, somos rateros pero honrados!”.

El otro aspecto al que me quiero referir tiene que ver con el evento que hoy inicia, su amor a la palabra, a su sonido y musicalidad; por ejemplo, compartía la indignación de los productores de la película Kilómetro 31 porque los exhibidores en España habían decidido doblar el castellano mexicano al peninsular. En cambio quedó fascinado con un obsequio, la edición bilingüe de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en francés y en náhuatl, que incluye un disco compacto con la grabación en el idioma del Anáhuac.

El último sueño que comenzó a tejer con México era un proyecto que se llamaba Pont Blau, puente azul; pretendía generar acciones de intercambio en el área formativa entre teatristas de ambas regiones. En realidad ya han comenzado a darse, cada vez se conocen más en el país la nuevas propuestas de los directores catalanes, aunque allá se conoce aún poco de las mexicanas, el puente es todavía precario, una veredita con migajas. Pero estoy seguro que Ricard Salvat va a ayudar a que ese camino mejore.

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