Olimpiada en Acapulco


El mar que conocí y disfruté de niño, como el de miles de capitalinos, fue el de la bahía de Acapulco. Los viajes iniciaban a las tres o cuatro de la madrugada, para “aprovechar el día”, de paso ganarle a sol en el cañón del zopilote y luego iniciar el recorrido por playas como Hornos, Puerto Marqués o el Revolcadero.

En esos paseos el entusiasmo y el gusto por llegar al mar se imponían a cualquier consideración sobre moda o buen gusto. Cuerpos y vestimentas se exhibían con total impunidad, fuera del alcance de cualquier Comisión de los derechos humanos; panzas y ombligos en medio de chanclas de hule y pantalones de mezclilla convertidos en “shorts” con tijeras de pico.

Esos cuerpos que disfrutan nada tienen que ver con los que desfilaron hace poco en la olimpiadas, que están totalmente diferenciados por las disciplinas en que compiten.

El cuerpo olímpico es inclemente: un nadador extraordinario que mida menos de 1.70 no llegará siquiera a una ronda de finalistas y en cambio, en gimnasia, será un verdadero gigantón.

Hubo sin embargo algunas excepciones notables que trajeron Acapulco a mis pupilas. Incluso una de ellas ganó medalla de bronce en clavados, Tatiana Ortiz, quien en una de las etapas lució un traje de baño que hubiera ameritado que la descalificaran sin brincar y, en cambio, hubiera sido la envidia de cualquiera de mis primas en Acapulco.

Con menos de veinte años, menuda y morena, Tatiana salta con gusto, se regala y nos regala sonrisas, como si su salto de plataforma fuera desde La quebrada.

1 comentarios :: Olimpiada en Acapulco

  1. Nacho, me encantan las entradas de tu blog. Soy tu fiel admiradora cibernética!. Bss, Tía Pato.