Vainilla para actuar



En un famoso programa de entrevistas a actores, que se transmite por televisión de paga, es frecuente ver a un abanico muy extraño de estrellas de Hollywood. En todos los casos debe reconocerse que el entrevistador tiene un muy buen equipo de investigadores y las preguntas suelen ser muy buenas y pertinentes.

En cierta ocasión entrevistó a Tommy Lee Jones, este solvente actor de rostro “cacarizo” que tiene apariciones notorias en el cine y que hace poco debutó como director. Cuando toca hablar de El fugitivo, cinta protagonizada por Harrison Ford, le pregunta sobre su objetivo como actor. Jones responde, escueto, “trabajar para Harrison”.

Esa aseveración coincide con una de las definiciones de la actuación que más me gusta y expresa a la vez, las virtudes de uno de los postres más formidables, el helado de vainilla: actuar es trabajar para el otro. Es decir, en la medida en que estoy atento y dispuesto a lo que dice mi compañero de escena, mis intervenciones serán más verdaderas y lógicas.

Así es la vainilla: modesta, suave, pero imprescindible. En su encarnación como helado cumple muchas funciones, alivio inigualable para el tubo digestivo después de una alimentación condimentada; compañero solidario del strudel de manzana, tan sólo verlos juntos provoca sentimientos de equilibrio en cuanto a temperatura, sabor, consistencia. También es un suave lecho para trozos de chocolate amargo. Como un buen actor, como Jones, puede ser protagonista a pesar de sí mismo.

A diferencia de la fresa y el chocolate, educados con tenacidad en el monólogo, el helado de vainilla sostiene diálogos espléndidos a cucharadas.

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