La espontaneidad del pase para gol
Para la fabulosa alineación del Arce-nal: Bicho, Gato, Chuchis,
Huber, Isaí, Frodo, Fercho y Choper, que llegó a las semifinales del torneo CITRU.
La última lesión, la que me retiró de las canchas, ocurrió debido a una mala percepción del espacio y el tiempo. Fue en una cáscara en la Muestra Nacional de Teatro de 2007 en Zacatecas: balón en disputa a medio campo, calculo estar a unos tres metros de la pelota, el rival se encuentra a cinco, corremos con decisión y chocamos. Claro, el tenía veinte años menos y llegó con más rapidez, luego del encontronazo él se paró para seguir jugando y yo para ir a la banca y luego durante tres semanas a una terapia de rehabilitación.
Espacio y tiempo son las coordenadas que radicalizan la condición de inmediatez y ponen en el futbolista o el actor todo el peso de la responsabilidad creativa, mientras que en el cine el explorador que traza el mapa es el director. Por ejemplo, en El resplandor, Stanley Kubrick convierte al hotel en personaje a través de una indagación fotográfica de los espacios que lo conforman; pasillos de habitaciones, vestíbulos y bares vacíos convertidos en arterias y venas.
Nadie mejor para explicar esto, que el director de cine y poeta, Pier Paolo Pasolini: “El fútbol es la última representación sagrada de nuestro tiempo. En el fondo es un rito, también evasión. Mientras otras representaciones sagradas, inclusive la misa, están en franca decadencia, el fútbol es la única que permanece. El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro. El cine no ha podido sustituirlo, el fútbol sí. Porque el teatro es una relación entre un público de carne y hueso y personajes de carne y hueso. En cambio, el cine es una relación entre una platea de carne y hueso y una pantalla, entre sombras. El fútbol es un espectáculo en el cual un mundo real, el de las gradas del estadio, se mide con los protagonistas reales, los deportistas en el campo de juego, que se mueven y se comportan según un ritual preciso. Por esto considero al fútbol el único gran mito que permanece vivo en nuestro tiempo.”
En esa idea de representación sagrada, las coordenadas de tiempo y espacio son fundamentales, pues la verdadera ruptura mayor del teatro del siglo veinte comenzó allí, por la necesidad de hacer notable un ojo que no se limitaba a espiar por una ventana de la cuarta pared, sino que extendía frente a sí una mirada al horizonte emocional, en donde la revolución escénica ocurría desde la trinchera del movimiento, no movimiento consecuencia de emoción, sino movimiento que genera emoción, hablo desde luego de Appia, Edward Gordon Craig y sobre todo de Meyerhold.
En los últimos años y de manera menos creativa, en mucho del futbol que vemos también se reinventó el espacio, pero para reducirlo, acorazarlo; no perder es ganar.
Mi historia emocional como espectador de teatro y cine, pasa invariablemente por la morfosintaxis espacial de diversos espectáculos, donde he reconocido cómo la conciencia del terreno de juego ha permitido lograr relaciones escénicas que aún prevalecen en mi memoria. El Teatro El Galeón era el patio de butacas de un cine de barrio en la obra De película, de Julio Castillo, allí mismo, algunos años antes, los funambulistas hermanos Kalurisz, hacían rutinas mientras en la parte de atrás, en una estructura de guacales, la orquesta de Pérez Prado ejecutaba unos mambos, era el espectáculo Son, de Juan Ibáñez. En el cine he disfrutado de una teatralidad invertida, por ejemplo, una película sin palabras de Ettore Scola, El baile, donde el personaje es un salón de baile de un barrio parisino; o el departamento que se va reduciendo en razón de la crisis física y decrepitud de los personajes de Amor, de Michael Haneke, o la escena final entre López Tarso y Enrique Lucero en Macario, en la profundidad asombrosa y casi volumétrica en blanco y negro de las grutas de Cacahuamilpa.
Y en efecto, el punto clave, que da razón de ser al tema de esta mesa es la complicidad en el espacio y tiempo de jugadores, con o sin balón, con o sin parlamentos, pero con la vocación de crear algo insólito que durará sólo un instante.
Es de nuevo el futbol, en su simplicidad y claridad, el que permite articular ejemplos de esa unidad de intereses, para que pueda ocurrir el milagro emocional de un gol, de una escena o de un pasaje cinematográfico.
En su texto Futbol y “telepatía”, José Gordon lanza la provocación de definir al futbol, en sus mejores momentos, como una danza de finas geometrías, para ello cita al físico Alberto Folch, quien hablando del Barcelona de hace pocos años, refiere que uno podría estar tentado a concluir que el club cuenta con coreógrafos y bailarines que entrenan a los jugadores. De ese tamaño es la gracia con la que los jugadores sincronizan sus movimientos a lo largo de la cancha. Escribe el profesor:
“El rasgo distintivo de esta compañía de ballet es la increíble velocidad y precisión con la que se pasan el balón uno al otro; parecen lograr esta habilidad no tanto por la fuerza física (son más débiles y pequeños que los jugadores de otros equipos de alto nivel), sino por una rapidez del cuerpo y una coordinación mental superior. Han estado haciendo lo mismo de manera conjunta por tanto tiempo, que parece que interpretan esta coreografía de manera espontánea, como si se estuvieran comunicando telepáticamente.”
Un jugador de ese reciente momento dorado del Barça, Xavi, dice acerca de su complicidad con Iniesta: “Nuestro nivel de entendimiento es tan grande que no necesitamos palabras para movernos en la cancha. Cuando él va hacia arriba, yo voy hacia abajo; cuando él tiene el balón, yo voy a una posición desmarcada; cuando recibo el balón, él se dirige a un espacio abierto. Es simplemente una danza.”
Esta idea del entendimiento, de lo telepático, llega a ocurrir en el escenario y con mayor frecuencia en el salón de ensayos, espacio de indagación y confrontación, trabajar para el otro es enriquecer la relación en la cancha que sea, la espontaneidad como valor es resultado de la profundidad del conocimiento del equipo y espacio de trabajo. Esto se ve en la telepatía extrema de Henderson, Coutinho, Sturridge y Sterling, del Liverpool de la Liga Premiere.
De allí que otro eje fundamental para ser eficaces en la coexistencia en el espacio es la confianza, en sí mismo y en el otro.
Ante el error en escena, rescato, ante el famoso “blancazo” de que hablan los actores, intervengo, en el futbol hago cobertura, un dos a uno, me repongo de inmediato para volver al ataque y postulo un pase sorprendente que para ocurrir requiere la anticipación del otro.
Si a Woody Allen se le aparecía Humprey Bogart en Sueños de un seductor, al cartero fanático del Manchester United de Buscando a Eric, de Ken Loach, se le aparece el mediocampista francés Eric Cantona para ayudarle a salir de un problema financiero, y de paso confesar que su mejor jugada como futbolista no fue un gol sino un pase para.
La telepatía en escena, el entendimiento extremo, sólo es posible con rigor y compromiso, pasa desde luego por tener actualizados y entrenados los recursos expresivos, pero también por una actitud comprometida frente al trabajo. El experimento de los pases y goles telepáticos que hicieron hace poco jugadores veteranos y vigentes del Manchester United, esto es, haciéndolos con una venda en los ojos, se utiliza mucho en ejercicios equivalentes de expresividad en aulas de enseñanza de teatro, habrá después que convertirlos en goles en la escena profesional. El sueño futbolero de que habla Gordon también es escénico y cinematográfico: “un entendimiento a ciegas, una coordinación que parece mágica”.
En el cine, acerca de la espontaneidad, tengo muy presente el documental de Fanny y Alexander: en un momento Bergman da a Nykvist indicaciones sobre un movimiento de cámara; el uso de sus brazos, la manera de mirar a su famoso fotógrafo, pueden ser perfectamente similares a las de un director técnico explicando al jugador los movimientos en la cancha y hacia dónde debe lanzar la pelota. También la famosa frase final del replicante Rutger Hauer en Blade Runner, de Ridley Scott: “like tears in rain”, que fue improvisada por el actor y quedó para la posteridad; o bien Kubrick de nuevo, la tremenda escena de violación y golpiza de La naranja mecánica, en la cual el actor Malcom MacDowell improvisa con la canción tema del clásico de Hollywood, Cantando bajo la lluvia. Por otro lado, la condición tan teatral de los planos secuencia, tan complicados de lograr, pero tan brillantes y eficaces cuando ocurren, me asombran, por ejemplo de la mano de Welles, Scorsese, Paul Thomas Anderson, Ripstein o Rodrigo García.
En fin, el futbol cohabita en mis espacios, cuando enfrento una dificultad en un proceso de producción, no recurro a las bitácoras y reflexiones de Brecht, Brook o Mendoza, sino a la consigna de Menotti, “ante la adversidad no renuncio a la idea”.
Así, cada vez que inicio ensayos de un nuevo proyecto teatral es como pararme enfrente del manchón penal, con la aspiración de trotar con suavidad y propiciar en la sesión de trabajo la contundencia y fragilidad de un cobro a lo Panenka.
Enlaces de interés:
El pase de Eric Cantona:
https://www.youtube.com/watch?v=EcYvOVGLgzA
Pases telepáticos con jugadores del Manchester United
www.youtube.com/watch?v=KWkeRkRyToo).
Penalti a lo Panenka
https://www.youtube.com/watch?v=MfB2I4b8axI
Philippe Coutinho, el brasileño olvidado
http://youtu.be/K3wY9rKCqBI
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