Cádiz State of Mind
Eduardo Bablé, músico y coordinador general del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, FIT, mira con asombro las marionetas Rosete Aranda-Espinal que expone el INBA en el museo iberoamericano del títere del milenario puerto fenicio: los detalles de la expresión, el cuidado de las articulaciones y la amplitud del repertorio de esa compañía mexicana.
También para eso alcanza la programación de este Festival que llegó ahora a su edición 27, a contrapelo de la recesión española, con 32 eventos programados en cinco espacios cerrados y varias alternativas de abiertos durante 12 días, y que mantiene encendidas la luces de su naturaleza: lo más importante no es la programación artística, pues pesan más criterios de representatividad y hasta de solidaridad latinoamericana, sino hacer un acto de política cultural de apertura de brazos hacia el otro lado del charco.
Y realmente ocurre, circula la información entre artistas, programadores y académicos, se contratan giras, aunque las más de las veces sean en otros países de América. Con algunas excepciones, que se agendan con mucha antelación, Cádiz no es punto de entrada para España y Europa, sino para un variado número de retornos americanos.
Salvo el Teatro Falla y el casi nuevo Teatro de Cómicos de la Tia Norica, la infraestructura no es particularmente notable, la ciudad de San Luis Potosí, sede de la última muestra nacional de teatro, supera fácilmente el número de recintos; todo se pone en la cancha del intercambio y el debate escénico; qué mejor manera de festejar el doscientos aniversario de La Pepa, la Constitución Española de 1812.
La frase dominguera que se escucha en los Foros que se llevan a cabo en el hotel sede, lograr la “fidelización de público” se explica en el día a día del evento, los gaditanos siguen atentos la programación del Festival y se dejan caer en aquello que les interesa; una señora afirma, en la fila para entrar al Teatro Falla, que jamás volverá a ver una obra mexicana, pues la experiencia que tuvo años atrás allí la vacunó por completo.
Hay espectáculos tan densos y aburridos que bien podrían ameritar inconformidades diplomáticas, pero todo lo permite este puerto, donde se puede acompañar la agenda de cada día con uno o varios finos, una comida de señorito; eso sin descartar al religioso apego a la siesta, que al no poderse tomar en un maratón de hasta tres obras diarias, convierte a las butacas en remedo de mecedoras.
Si los arqueólogos del siglo XXVI quisieran hacerse una idea del teatro que se exhibe en este Festival a partir de lo que documentan los investigadores y críticos, que son quienes coordinan los foros de discusión de las obras donde se habla de procesos de trabajo y trayectoria de los colectivos, se llevarían una idea por lo menos incompleta, pues en la explicación todo tiene apariencia de extraordinario.
Los sábados y domingos en la Plaza de la Catedral ocurre la mayor sintonía entre la programación y los ciudadanos. Ese lugar, de suyo concurrido como paseo de fin de semana, se transfigura para presenciar pasacalles, espectáculos de acrobacia, botargas, zancos y marionetas gigantescas operadas por grúas. No en balde es en ese rubro donde se siente mejor la evolución cualitativa del Festival.
En la exhibición en espacios cerrados destaca el grupo ecuatoriano Malayerba, con Instrucciones para abrazar el aire, “pequeñísima tragedia contemporánea”, según la describe Arístides Vargas, sobre el caso de los niños robados por militares durante la dictadura en Argentina. Juego escénico emotivo, a través de la palabra, elementos de clown; imágenes de la pérdida que cobran fuerza con el trabajo sólo de los dos actores, ella en particular, Charo Francés, vale su peso en oro.
Otro trabajo notable, el de los chilenos que presentan Amores de cantina, de Juan Radrigán, dirigido por la jovencísima Mariana Muñoz, especie de concierto escenificación con textos versificados, que logra la explosión de un espacio festivo gracias a la condición musical de sus espléndidas actrices, María Izquierdo y Emma Pinto, y que sólo se tambalea un poco cuando sucumben a la tentación de “tener que contar algo”, sobre todo si se trata de amores, desamores y muertes pasionales en una cantina.
Pueden notarse tendencias identificables en el campo de la creación escénica iberoamericana: la exhibición en pequeño formato, con un máximo de 30 espectadores, en espacios alternativos, de manera recurrente habitacionales, como ocurre con un reconocido grupo colombiano, La maldita vanidad, que presenta dos obras, El autor intelectual y Los autores materiales, aunque está claro que cercanía con el público no es igual a contacto, como ocurre con esta espontaneidad prefabricada al modo de la telenovela.
México estuvo representado por tres escenificaciones, El padre pródigo, de Flavio González Mello, en cuya función de invitados al festival hubo desbandada en el intermedio, al día siguiente, en cambio, con público ciudadano, la obra tuvo una mejor y más favorable acogida; Acciones sobre la fuerza de la debilidad, de Sylvia Eugenia, presentación que aborda la verosimilitud escénica a partir de improvisaciones con los asistentes y que concluye convidándoles en jarritos de barro un contundente mezcal; y Caballeros y dragones, del grupo Cornisa 20, una fábula medieval representada en espacios abiertos, se trata, por cierto, de uno de los colectivos mexicanos con mayor capacidad de circulación e invitado por tercera ocasión al evento.
Reflexionar sobre el teatro desde el mismo teatro ha sido una tendencia centenaria en los dramaturgos, ¿cómo olvidar esa maravillosa obra de Thomas Bernhard, el Hacedor de teatro? Un actor en gira atrapado por su ego evade ayudar a las personas del pueblo que se encuentra en una situación de emergencia. El legendario Albert Boadella va más allá con su obra en la noche de clausura, El Nacional, en la cual Don José, el viejo acomodador de un teatro, quiere poner en escena Rigoletto con músicos de la calle, mientras el espacio está a punto de ser demolido. A partir de ello el director fundador de Els Joglars hace una burla cruel y eficaz de políticos, empresarios, músicos y desde luego actores y directores de teatro, “artistas histriónicos, intelectuales y realistas que convirtieron la profesión en un arte decadente”.
La ciudad se ha apropiado del teatro, la entrega de importantes premios de la especialidad no se lleva a cabo en recintos del Festival, sino en el salón de actos del Ayuntamiento de la Ciudad, en ceremonia presidida por la alcaldesa Teófila Martínez, que a través de muchos años de gestión ha logrado que este evento aglutinador de teatristas sudacas forme parte del calendario cívico y turístico de su ciudad.
También hay tiempo para ir a la Peña la Perla, en el barrio gitano de la Ciudad, transcurren las tortillitas de camarón y las patatas aliñás con el Fino, para presenciar un espectáculo de flamenco que eriza la piel. Hay fuerza y pasión en esa bailaora, Marisa Albaicín, que no muestra, sino desafía a los asistentes, mirada y manos de águila, el secreto compartido de los artistas escénicos para desgarrar y acariciar a la vez.
Ya lo decía Billy Joel, el italiano de Nueva York, refiriéndose a la Ciudad de los rascacielos, la ciudad trasmina al estado de ánimo, It comes down to reality, and its fine with me cause I've let it slide, los espacios y las gentes de Cádiz se hacen presentes, se deslizan al lado de uno en la distancia. Un estado anímico gaditano, Cádiz State of mind.
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