Chéjov en Coyoacán
Los cuentos de Chéjov me parecen maravillosos, me inquietan. ¿Cómo puede alguien lograr que los personajes y las situaciones trasciendan del punto final del relato? Así ocurre en La dama del perrito, ¡los protagonistas no saben que lo peor está por venir! En cambio el lector lo sabe, lo disfruta y padece. La pólvora de este autor en eso consiste, en hacer presente la ausencia, en mostrarnos personajes cuya intimidad y secretos se van desgajando a pesar de sí mismos.
Hurgando en una librería hace unos seis años, me topé con un volumen que anunciaba tres obras de teatro relacionadas con el médico y literato ruso, el autor era Brian Friel, muy reconocido en Irlanda, cercano a personalidades muy diversas del medio del espectáculo, Ralph Fiennes, por ejemplo. El título me atrajo de inmediato porque la primera obra que anunciaba era The Yalta Game, El juego de Yalta, el juego de seducción nada menos que de La dama del perrito, cuyo primer tercio transcurre en ese puerto turístico del Mar Negro.
Devoré los textos y me atraparon por la sapiencia artística de Friel para captar lo esencial de su colega, y también porque ponía todo el alcance expresivo de su propuesta en la cancha de los actores, un posible espectáculo de la actoralidad, llena de sutileza, progresión y misterio. Afterplay habla de la manera en que las personas nos relacionamos con distintos tipos de pérdida, El oso recorre en cuarenta minutos la radiografía de la relación amorosa: desprecio, rechazo, interés, deseo, conveniencia.
De allí derivó otra propuesta de radicalidad, que el elenco base estuviera integrado por una pareja de actores, capaces de dar un vuelco de tono radical entre la primera y la segunda obra. Cuando estos textos se han hecho en distintos teatros ha sido con elencos diferentes, tres actores para El oso, dos para Afterplay. Aquí se requerían artistas escénicos capaces de asumir con responsabilidad y creatividad ese riesgo. Así lo hicieron, y con creces. El espectáculo fue posible porque Mónica Dionne y Rodolfo Arias se aventaron sin red. Se sumaron al proyecto Marcial Salinas y Martha Moreyra. Una trouppe de actores pequeña, sorprendente e intensa.
El trabajo con ellos fue de siete semanas, que me dejaron agotado como Voinistki en Tio Vania, pleno de pasión como Treplev en La Gaviota y con ganas de irme a Moscú, como Irina en Tres hermanas.
Previamente el trabajo de preproducción se hizo con dedicación y ánimo de juego con Teresa Alvarado y Anabel Altamirano en el diseño y Afredo Michel en la traducción. Isael Almanza acompañó en la asistencia todo el proceso, al que luego se sumó Paloma de la Riva.
Todos ellos, de la mano de los encargados de la Dirección de Teatro de la UNAM y del maravilloso Teatro Santa Catarina, lograron el prodigio de tener, en la mayor parte de la temporada, la compañía de 70 almas que aplaudían con buen ánimo las veredas emocionales de Friel y Chéjov, continuas y sorprendentes.
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