La mochilita de Jack

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Lo sé, el personaje es un poco aborrecible, un matón de agencia del gobierno estadounidense. Los enemigos de fuera son siempre los de nacionalidades restringidas, árabes, chechenos, polleros de Baja California, pero los de dentro son también importantes; la presidencia gringa con gabinete y aparato de seguridad, son torpes, corruptos e ineptos. Es todo un derroche de adrenalina política y policiaca. Se trata desde luego de Jack Bauer, protagonista de la serie 24.

Durante un día completo, Jack debe salvar al país, reconstruir la relación con su hija, desenmascarar a altas figuras de gobierno, darse de besos, hablar con suavidad a los amigos y torturar enemigos a la menor provocación. No tiempo tiene de comerse una ensalada o un jugo energético, debe cargarse una úlcera de todos los demonios.

Además lleva siempre consigo una mochila de lona de la que nunca se desprende, de la cual saca con precisión y utiliza de la misma manera radios satelitales, celulares, lentes infrarrojos, navajas suizas, granadas o brújulas. Nunca un sandwichito o una galleta. Vive y se alimenta de adrenalina.

Mi distancia definitiva con Jack se delimita justo con esa mochila. Juego a imaginarme en esas situaciones: olvidaría el walkie talkie en todos lados, el celular sonaría cuando me encuentro escondido en la guarida de Bin Laden, el lente infrarrojo se me caería en la cubierta de un submarino nuclear y el gps estaría lleno de la mayonesa del bocadillo de jamón serrano que no he podido comer.

Entonces, por no poner a la humanidad en riesgo, mejor pienso: si mi relación con la mochila fuera como la de él, no habría perdido cosas apreciadas, seguramente conservaría aún mi teléfono celular, la cachucha verde de cuero, varios discos compactos, la chamarra maravillosa, los boletos del concierto, el papel importantísimo en el folder naranja... En fin.