Cantar o gemir
Estoy convencido de que la función aleatoria de un ipod trasciende de lo informático y, mediante un recurso extraño –mi hija dice que un “duende”- programa la música de acuerdo a estados de ánimo del usuario. A veces se pone ochentero, otras veces hace recorridos por música gitana o por comedias musicales y otras, como si hiciera una auténtica dramaturgia, por cantantes tan particulares como Jeff Buckley y Björk.
Esa particularidad radica en su don para apropiarse de las canciones y convertirlas en un cuerpo melancólico, oscuro; por momentos, más que cantar parecen gemir.
En los grandes teatros de herradura del mundo, el público se conmueve, llora, con las terribles y a veces eficaces historias de la ópera; música, texto y ejecución logran su efecto, caen lágrimas sobre programas de mano, joyas y copas de vino. Al fallecido Jeff y a mi amiga Björk les basta una canción, transmitida por el delgado hilo de plástico de unos audífonos, para sentir el delicado placer de la melancolía.
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