Goles para la escena

1 comentarios
Para Alonso

El espectáculo en vivo que más me conmocionó emocionalmente de niño, no ocurrió sobre el piso de un teatro, sino en el césped de un estadio. Antes de hacerme seguidor lúcido y lúdico de los pumas, pasé mi infancia adorando al equipo de mi padre , el legendario Cruz Azul de la década de los setentas. La primera vez que fui al Estadio Azteca fue para ver a este equipo enfrentando a la oncena del León.

Pero yo sabía a lo que iba, a ver en vivo y en directo al portero de los cementeros, el “superman” Miguel Marín. Lo veía allí nomás, me levanté, me alejé de mi familia para acercarme lo más posible al nivel de cancha y gritarle: “¡Marín, Marín!”, sin éxito, me parecía injusto que no volteara a verme.

Minutos después salvaba un gol en un mano a mano contra un mortífero delantero de nombre Salomone, el balón pegó en un poste. Esa imagen me ha seguido muchos años y siempre la recreo de manera vívida: a unos metros, dado que estaba muy cerca, a color, dado que la tele en la que veía los partidos era a blanco y negro, y en silencio, pues el que atacaba era el visitante y no habían los gritos épicos del legendario Ángel Fernández.

Yo jugaba mucho futbol, todo el tiempo; en la cuadra, con los amigos del barrio, lo hacía como si fuera Johan Cruyff, en la liga interna de la escuela lasallista donde estudiaba, en cambio, como seleccionado del Chepo de la Torre, invisible e inútil.

De los muchos puntos de conexión que puede haber entre el teatro y el futbol, me interesa de manera especial desde el punto de vista de la dirección, la compatibilidad entre conocimiento y emoción, y celebro por ello la brillantez de directores técnicos y de escena, de jugadores y actores que en sus respectivas canchas juegan y entusiasman con paletas emocionales e intelectuales y devuelven a esas actividades la condición ejemplar de juego.

La crisis de mucho del futbol actual estriba en la traición emocional justo del significado del juego, los planteamientos estratégicos son para no perder, no para ganar. Por eso en la mediocre liga mexicana, donde no hay relación entre el producto deportivo y el comercial, el torneo regular es casi siempre una paliza de sopor para llegar a esa cosa llamada liguilla, donde ¡oh fortuna!, tienen que ganar.

¿Dónde queda la legendaria meta del triunfo a cinco y buena o diez y buena? Imagino una cáscara en la calle, afuera de un teatro o entre el sexto “A” y el “B”, donde se jugara con la premisa de “no perder”.

Y por supuesto que ocurre en el teatro, se producen obras para no perder, esquemas y organizaciones conservadoras, hegemónicas de nombres y trayectorias, pero que renuncian al riesgo, a lo imprevisible; a la fuga del defensa que se lanza al ataque, dribla a dos rivales y anota, a un diez que se lleva a ocho, al que retiene el balón para dar tiempo y poner a circularlo de nuevo cuando nadie lo espera, a pegar un zapatazo que tira una línea sólo posible en una programa de cómputo y acaba en gol; a la reinvención del espacio y el tiempo, que podemos entender no sólo en los diseños de Gordon Craig o Ludwik Margules, sino en el Barcelona de Guardiola.

Como cazadores de talentos hay que explorar canchas escénicas diversas para encontrar lo distinto y sorpresivo, emocionante y provocador.

El conocimiento del deporte es un recurso para disfrutarlo más, lo tenemos más cerca de lo que creemos, me siguen en mi día a día frases de Pedro El mago Septién que son como el oráculo de Delfos. ¿Puede México ser campeón del mundo? “Las estadísticas son profetas que miran hacia atrás?”, o sea no, responde el Mago, ¿Tiene caso llamar a la selección al Maza Rodríguez o a Huiqui? “contra la base por bolas no hay defensa”, nos comenta; no hay remedio para la equivocación deliberada.

Ya lo advierte Jorge Valdano: “el futbol es una representación teatral en donde no se sabe dónde está el nudo de la obra”.

Coincido, creo que el director de escena, como el técnico, provoca conflicto en la búsqueda del gol, que por tanto resulta emocionante, establece un sistema de juego derivado de experiencias profesionales, vitales, amorosas, tienen la capacidad de enunciarlo y definirlo para posteriormente integrar a los jugadores adecuados, técnica, emocional e intelectualmente. Un sistema de juego, una poética de juego y de creación escénica.

En ambos ámbitos, hay condicionantes diversos para que ello ocurra, los mánagers, promotores, patrocinadores, televisoras, marketing desbordado en el futbol; la complejidad del campo de trabajo, las dificultades económicas y los modelos de producción y programación en el teatro. Dice un personaje en la disfrutable película de animación Metegol, de Juan José Campanella, “se acabó el tiempo de los cracks, es momento de los managers”. En el momento más brillante de esa cinta, los protagonistas, muñequitos de futbolito de mesa, se encuentran jugando sin la varilla a la que están atornillados; aterrorizados, durante unos momentos no saben qué hacer, como tantos equipos que vemos.

Por ello respeto y admiro a directores técnicos como Menotti, Cruyff y Guardiola, que han tenido esa capacidad enunciada antes, estrategas y filósofos de este deporte que además daban una imagen especial, con su manera de vestir, de dar indicaciones o hasta de celebrar desde la orilla del campo. Dice por ejempo Menotti, “un entrenador genera una idea, luego tiene que convencer de que esa idea es la que lo va a acompañar a buscar la eficacia, después tiene que encontrar en el jugador el compromiso de que cuando venga la adversidad no traicionemos la idea. Son las tres premisas que tiene un entrenador”.

Campeón del mundo, “el Flaco” es autor del concepto de “achicar” la cancha, que muchos dividendos dio, y que hasta para ganar una cáscara ayuda, de referirse al gol como “pase a la red”, sentó bases para una mejora cualitativa importante en el juego de los ratones verdes, nuestros seleccionados; y vuelve a decir: “se puede dejar de correr, o dejar de entrar en juego durante largos minutos; lo único que no se puede hacer es dejar de pensar”.

Me gusta que sean entrenadores que mueren en la suya, en un universo poblado por Mouriños, Bilardos, Aguirres o de la Torres, han ganado con gloria y perdido con estrépito, pero tienen clara la naturaleza del juego, Cruyff dice, por ejemplo, que prefiere ganar 5-4 que 1-0, y añade : “todos los entrenadores hablan sobre el movimiento, sobre correr mucho. Yo digo que no es necesario correr tanto. El futbol es un juego que se juega con el cerebro. Debes estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, ni demasiado pronto ni demasiado tarde”.

Por su parte, una frase de Pep Guardiola podría perfectamente ser la solicitud de un director a un actor integrante del elenco: “no hay nada más peligroso que no arriesgarse”.

Y claro, esto va de la mano de trabajar con actores que entienden esas premisas, que se desempeñan en cualquier encargo con creatividad y potencia, multifuncionales artistas escénicos que como Andrés Iniesta pueden jugar en cualquier sector de la cancha, escuchan y están pendientes de sus compañeros para atacar y defender. Habrá directores de escena que quieran en sus alineaciones-repartos a Cristiano Ronaldo, Ibrahimovic, o Luis Suárez, yo prefiero a Xavi Hernández, Andrea Pirlo, o Steven Gerard.

Justo Xavi Hernández lo define perfecto, cuando habla de su aspiración en la cancha de ser “el socio de todos”, y añade “mi supervivencia en el terreno requiere la comprensión del juego antes de recibir la pelota, para saber que tengo que hacer después con ella… la velocidad del cerebro es más importante que la de las piernas."

Por fortuna me he encontrado y trabajado con varios actrices y actores a lo Xavi a los largo de mi vida profesional en distintos ámbitos, me concilian y reconcilian con el juego del teatro por su capacidad de saltar sin red, trabajar para los otros, aguantar íntegros el tiempo regular, los extras y los tiros de penalti, como los del Colectivo escénico el Arce, con los que actualmente estoy trabajando y que ganaron sus dos partidos en la primera fecha organizada por este Coloquio.

También reconozco otro aspecto muy particular del trabajo en teatro, las verdades vitales y artísticas que aparecen de modo fugaz en un ensayo y que nunca más dejarán volver a verse, ni siquiera en una función. Me pregunto si esa especie de fuga existencial puede ocurrir en un entrenamiento de futbol.

En este universo donde todo es especulación por el resultado, movilidad sin conciencia, pateo a los creativos, desprecio por el juego, simulación de faltas y lesiones, horror a lo distinto, se agradecen las gambetas, las pausas provocadoras que en la cancha de tablas o de césped nos tocan con distinta profundidad y regocijo.

Por eso tengo claro que un momento poderoso en un ensayo o en una función me provocarán felicidad, como si se tratara de una jugada luminosa de Andrés Iniesta que termina en gol.



Lo particular del colectivo

0 comentarios

Luego de haber estado a cargo casi cinco años de la coordinación nacional de teatro del INBA, me encontraba como el personaje del Misántropo de Moliere, Alceste, atrapado entre decir la verdad de lo que realmente pensaba y la necesidad de ser políticamente correcto, en mi caso con autoridades superiores, sindicatos y miembros de la comunidad teatral. Renunciar significó dejar un buen ingreso fijo y volver a las actividades de docencia y creación escénica, cuyo ritmo disminuyó durante un buen tiempo y de paso recuperar mi salud personal.

Menciono lo anterior porque entre las varias cosas que debo agradecer al haber tenido ese cargo, está el haber recorrido y conocido prácticamente todo el país siguiendo distintas modalidades de presentaciones teatrales y el universo de convivencia social que alrededor de ellas se desarrolla, comidas y bebidas, por ejemplo. Hay casos en los que no recuerdo nada de la obra que fui a ver y en cambio tengo aún el sabor vivo de platillos y bebidas que degusté y de los amigos con quienes los compartí.

En algún momento hice un cálculo de la cantidad de espectáculos que veía en aquel entonces al año, más o menos ciento cincuenta, cantidad que ahora me parece un acto mayor de masoquismo.

Esta cuestión de los números que abruman también puede aplicarse a la ciudad en la donde vivo, donde hay una oferta teatral desbordante y cuatro escuelas superiores de la especialidad. Los teatros públicos no se dan abasto y, salvo la Universidad Nacional, han renunciado a la idea de la curaduría o dirección artística y han optado por recurrir al recurso de las convocatorias para resolver la programación de esos espacios.

Eso explica en parte el surgimiento y consolidación de espacios independientes, que forman un pulmón de alternativa y diversidad muy refrescante, aunque complicada para sostener.

En este contexto, me planteaba la mejor manera de encauzar una iniciativa que tenía que ver con el tipo de teatro que quería hacer, pero también con el perfil de los integrantes y la manera de trabajar, la inercia habitual de ensayar meses y meses para hacer temporadas de doce funciones y luego desaparecer del mapa no me interesaba para nada, tampoco las tendencias endogámicas en la creación, consistentes en hacer obras de teatro para teatreros, donde pareciera que el mérito estético es que no se entienda absolutamente nada, para ser celebrados solamente por la sociedad de pares.

Así pues, convoqué a un grupo de actores profesionales egresados de dos de las escuelas más importantes, la ENAT y el CUT, varios de ellos habían sido mis alumnos o bien ya habíamos trabajado juntos, también a diseñadores escénicos, gráficos, músicos y productores y los invité a participar en un proyecto de trabajo con el nombre de Colectivo Escénico El Arce, árbol de buena sombra, de madera resistente y dinámica. Ello se celebró en una reunión en el teatro de Santa Catarina, en Coyoacán, y suscribimos el siguiente decálogo:

1. Hagamos un colectivo, una suma de individuos creativos y pensantes, profesionistas que tienen distintos compromisos pero que abren espacio en su agenda a proyectos nuevos.

2. Este es un proyecto nuevo.

3. Juntémonos para hacer un arte escénico donde florezca la creatividad, el compromiso, la disciplina, el rigor, la indagación y el buen humor.

4. Que se haga reconociendo las búsquedas, necesidades y compromisos de cada quien.

5. Apostemos por espectáculos dinámicos, que cuenten historias reconocibles y provoquen pasajes emocionales en los espectadores.

6. Cambiemos señales de pasividad en la exhibición de las obras de teatro, hacer filas en instituciones para lograr exhibir el trabajo unas cuantas veces.

7. Acerquémonos a otros modelos de exhibición de artes escénicas en esta maravillosa ciudad, donde en un fin de semana puede encontrarse una oferta mayor a un centenar de espectáculos.

8. Promovamos así producciones que se puedan mover con facilidad, incluso con la posibilidad de tener versiones distintas del mismo espectáculo.

9. Inventemos escenificaciones prodigiosas y entretenidas, pero también maneras de producirlas, circularlas y disfrutarlas.

10. Por todo lo anterior yo miro, a mediano plazo, la necesidad de contar con un espacio propio de trabajo, casa de todos.

Como si hubieran sido las actas de independencia de la nación, firmamos protocolariamente el documento y luego nos fuimos a brindar.

Luego llegó el momento de articular el primer ciclo, no una obra sino tres, con el mismo elenco base, en una sala independiente de la Ciudad, el Foro Círculo Teatral, ubicado en la colonia Condesa, un barrio caracterizado por la abundancia de restaurantes y bares que lo pueblan.

Ese espacio es dirigido por dos actores, Víctor Carpinteiro y Alberto Estrella, éste último goza de un gran reconocimiento también en el medio del cine y la televisión. Ambos fueron sensibles a las propuesta y se articuló una estancia de dos meses, entre el 6 de mayo y el 11 de julio del presente con un total de 35 funciones. La producción y los gastos del teatro fueron cubiertos con fondos propios, lo cual es una manera elegante de referirse a mis ahorros personales. Se ofertaron así tres espectáculos, dos reestrenos y un estreno:

Tutoriales, de Verónica Maldonado. Es una comedia en la que seis jóvenes se preguntan: ¿qué tanto nos alimentamos de nuestros profesores?, ellos quieren sobrellevar mejor su soledad y aislamiento, mientras buscan apoyo, a través de la red, en actividades sociales que les permitan ser mejor aceptados y queridos. La muerte de su emblemático profesor del bachillerato los ha reunido a todos.

Este espectáculo se armó con una serie de improvisaciones en las que los actores proponían a personajes típicos de la clase media de la ciudad de México, mostrando cómo era su comportamiento en soledad y cómo buscaban desesperadamente compañía. Luego de una primera muestra de trabajo, se incorporó Verónica Maldonado, quien tomando en cuenta lo mostrado hizo un texto dramático y luego ella misma se integró como actriz.

El camino de Sinsol, de Fátima Paola e Ignacio Escárcega Este espectáculo, casi un unipersonal, trata de dos hermanas que se recrean a la distancia y de esa manera logran acercarse, a través de sus juegos, complicidades, temores y secretos. Un reencuentro muy fuerte, en medio de mucho dolor, se aproxima para ellas.

El pretexto narrativo para hablar de esas dos hermanas, fue el cuento El mago de Oz, de Frank Baum, reto fuerte para la actriz, Fátima Paola, una creadora osada, capaz de aventarse de cualquier trampolín con gran destreza física, vocal y emocional, la palabra con la que habita es intensidad. No se requiere menos para abordar un asunto tan complicado como el abuso a menores.

Finea en el Papaloapan, versión libre de Camila Villegas a La dama boba, de Lope de Vega. Entre música de guitarras y jaranas, dos hermanas muy especiales, una erudita, Nise, y la otra un poco boba, Finea, disputan por el amor de un hombre letrado y con muchas necesidades económicas.

El texto del galán Laurencio en que define el amor al comienzo del segundo acto, me ha rondado siempre la cabeza y la emotividad, durante mucho tiempo especulé sobre cómo lograr un acercamiento escénico a esa obra tan famosa de Lope de Vega, que este año por cierto cumple 400 de haber sido estrenada.

El resultado es la exploración íntima del verso barroco, que a través de la dramaturgia de Camila Villegas relacionamos con el universo jarocho, la zona de Veracruz en el Golfo de México, a la orilla del Río Papaloapan, el cine cómico mexicano de los sesentas y la estética de los conciertos Unplugged de MTV. Suena bastante extravagante la combinación de ingredientes para la licuadora, pero todo ello lo anima y permite la inspiración barroca.

Es importante mencionar que los tres trabajos tienen en común el haber tenido una etapa de indagación y exploración escénica previas al montaje. En el caso de Finea, esa búsqueda tuvo una atención especial al componente musical, pues hubo que ensamblar las siete canciones compuestas para la obra, sones y huapangos, por el actor y músico Marcial Salinas.

Las tres obras que integran hasta este momento el repertorio del colectivo son una inversión que apuesta por recuperar y generar ganancia en lo que resta de este año y los siguientes. Contamos también con un sitio web, en el que damos información básica del colectivo, respecto a su propuesta artística, integrantes y obras en repertorio: elarce.org, así como en redes sociales, Facebook, twitter y Youtube.

Estamos ya en la preparación de un segundo ciclo para 2014, integrado por una obra del dramaturgo irlandés Brian Friel, El juego de Yalta, autor de quien ya dirigí para la Universidad Nacional el año pasado un espectáculo llamado Afterplay, secuelas chejovianas, y un trabajo anclado en exploración de movimiento de mi autoría, que se llamará Muebles en la cabeza.

Queremos, pues que el árbol se vaya dando bien, que resista y que de buena sombra, pero sobre todo que florezca.