El bueno, el malo y el teatro

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Pese a que mis orígenes familiares por vía paterna provienen de Durango, han sido pocas las oportunidades que he tenido para visitar esa capital. A últimas fechas más, pues participé como profesor en dos de los Diplomados organizados por el INBA, en 2009 y en 2010, y luego dirigiendo una producción para un grupo local.

Abro un paréntesis para señalar que, combinando el dato histórico y la certeza de la fabulación, estoy en condiciones de demostrar que soy bisnieto de Pancho Villa, claro que en el momento en el que mi abuelo llegó al mundo, el Centauro todavía se apellidaba Arango; todo lo cual da para una nota que por supuesto escribiré más adelante. Cierro paréntesis.

El gusto por la charla, digamos más, la pasión por la palabra, caracteriza a buena parte de la muy prolífica comunidad teatral duranguense. Sin ir más lejos, el director Macario Rueda tiene un programa radiofónico semanal en el que, cada emisión, estrena una obra breve que es leída por sus invitados.

Los Diplomados permitieron la coexistencia de personas de amplia trayectoria con algunos que apenas daban sus primeros pasos, eso bajó la guardia y enriqueció la experiencia de todos los integrantes de esos colectivos. Cuestionar, poner en crisis, es el comienzo de un aprendizaje verdadero y hubo en muchos una réplica, a veces desde la escena, pero también brincando en ramas no menos importantes, como la formación continua y la difusión. En eso andan quienes ahora lanzan, para beneficio de todos, una gaceta teatral.

En Durango uno puede asombrarse con las escenificaciones de la nostalgia que hacen frente al piano, algunas noches, los viejitos en el restorán del Hotel Casablanca, consentirse con las delicias de la cafetería Wallander o creerse vaquero y buscar al fantasma de John Wayne o Mario Almada en Chupaderos, pueblo del oeste. No ubico otra ciudad del país donde dos teatros centenarios estén casi frente a frente, el íntimo y pequeño Victoria, el grande y elegante Ricardo Castro.

Una pena, sin embargo, que ambos carezcan de actividad teatral significativa, interesante y de puertas abiertas. Durante una de mis estancias más largas, el mayor éxito de público que vi desde la ventana del hotel, gritos y sombrerazos de por medio, ¡fue un concurso de mariachis!

Más aún, la Ciudad cuenta con la infraestructura suficiente para ser sede de la Muestra Nacional de Teatro, dando aliento al desarrollo de grupos locales a través de propuestas de calidad y una bocanada de aire puro para una región también devastada por la violencia y la inseguridad.

Por ello es tan valioso que estos jóvenes que asoman a la treintena, coordinados por el actor Joshi Madrid, mantengan su espacio de entrenamiento y búsqueda y prueben además difundir sus pensamientos y reflexiones. Tienen combustible y fuerza para hacerlo, ganar en un duelo metafísico, con música de Ennio Morricone, para lograr que al teatro se le deje de hacer el feo.