Cine en fuga

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Está por concluir una muestra más de cine internacional en la Ciudad de México, evento que nos ha acompañado a muchos toda la vida. Antes se hacía sólo en un cine, El Roble, que ya no existe, y luego se fue acompañando por la exhibición en la antigua Cineteca. A ese antiguo galerón de Reforma luego le siguieron el Internacional y El Latino, también fenecidos. Ahora se exhiben en varios días en la Cineteca Nacional y luego circula por innumerables salas en el país.

De mis primeras experiencias como cinéfilo ceceachero puedo decir que una de las cosas que más llamó mi atención es que acabando la proyección el público aplaude, no sabía yo si detrás de la pantalla estaba oculto el director y productor que saldrían a dar las gracias o si ese clap clap era un agradecimiento a las dotes del cácaro en turno, que había cambiado los rollos de manera impecable.

En ese periodo de mi vida también descubrí que no era la mejor estrategia para ligar. A Yolanda, una bellísima compañera de grupo la invité dos veces, en la primera ocasión era una película española en la que había desnudos y sexo todo el tiempo. ¡Yo miraba la pantalla avergozado y luego la veía a ella de reojo! Decidido a reparar el daño la volví a invitar la semana siguiente, era una cinta rusa que duraba más de dos horas y constaba como de ocho diálogos. En esa oportunidad las miradas de reojo eran de ella, cuando mucho yo le comentaba “¿ya viste la fotografía?” Nunca más me aceptó invitaciones, ni al cine ni a ningún lado.

Desde entonces he formado parte de ese evento, en el cual he visto en pantalla cosas maravillosas que nunca más pude volver a encontrar. Pero también, y con frecuencia, a un cierto tipo de espectadores, cinéfilos villamelones que asisten más por dejarse ver en las filas que por apreciar una película notable.

Algunas claves para reconocerlos en esa pasarela del cine cultural son las siguientes: entre proyección y proyección hacen estiramientos de yoga antes de volver a formarse en la cola; según sea la película, pueden llevar bajo el brazo un libro alusivo, mejor aún si se trata de la novela que la inspiró; hacen anotaciones en el programa y dicen frases a la salida para ser escuchadas por su acompañante y el resto de la audiencia; si llueve andan de camiseta, si hace un sol intenso, de gabardina.

El caso es que, como Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo, creo que el cine mejora la vida de uno y que ganas no faltan de querer meterse a la pantalla, para bailar tap con Ginger Rogers o cabalgar a la batalla al lado de Toshiro Mifune, en una película de Kurosawa.