Historia de la actriz que quiso contar un cuento

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Había una vez una joven actriz llamada Fátima Paola, que andaba a la búsqueda de un director para llevar a la escena uno de sus más grandes anhelos, el cuento de El mago de Oz, de Baum.

Desde mucho tiempo atrás, la historia de la adolescente Dorothy, sus torpes acompañantes, el genial ventrílocuo y el paisaje gris de Kansas le mordían el corazón.

Preparó un collage, una escenificación que en unos breves minutos pudiera mostrar su mirada de ese universo. Ella es una actriz osada, capaz de aventarse de cualquier trampolín con gran destreza física y emocional, sin dejar de mencionar su sonrisa de postal y sus piernas bellísimas. La palabra con la que habita es intensidad. "Demonios, soy muy azotada", se decía con razón.

Lo que preparó fue la despedida entre dos hermanas, a la sombra de un árbol seco que consiguió en las faldas de un cerro, usando unos cartones grises para mostrar a los otros personajes y con el cuerpo cubierto de arcilla. Mientras sus criaturas escénicas se movían, iba cantando el huapango huasteco La bruja.

Pasaron los meses y la actriz descubrió que la idea original se había modificado, en su lugar hablaba de dos jovencitas que eligen ese cuento como una coraza para defenderse de abusos y vejaciones. Estaba hablando de la luminosidad que puede llegar después del dolor.

Fátima Paola se dio cuenta de que hay muchas maneras de llegar a una verdad escénica, una de ellas es pararse frente a una vereda con energía y ganas, golpear tres veces entre sí los zapatos y comenzar a viajar.

Ese viaje se llama El camino de Sinsol y se exhibe los lunes a las ocho de la noche, a partir del 22 de noviembre, en la Sala Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque.

La foto de arriba es autoría de Gabriel Ramos.

Shakespeare en Tamaulipas

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¿Cómo es la vieja Inés? La de las coplas infantiles, la de “toc toc, /¿quién es?/ La vieja Inés/¿qué quería?...” antes podía tratarse de una cliente afable, una bruja encubierta, ¿una robachicos?, ahora, sin descartar esas alternativas, bien podría ser alguien que vende protección o un policía federal. El grupo Norte Sur Teatro de Reynosa le pone más condimento a la duda y propone que sea nada menos que el protagonista de la “tragedia escocesa”, como suele referirse la superstición anglosajona, heredada a todo el orbe, al pobre de Macbeth.

El director, Medardo Treviño, propone que la entrada a la sala esté a cargo de unos cadeneros con aspecto de “zetas”, que con lámparas sordas y a grito pelado van ingresando a grupos de espectadores a la sala. Ser tratado así, al bulto, le hace a uno recordar hechos criminales recientes que hacen que las obras isabelinas parezcan novela rosa: los inmigrantes en el mismo Estado de Tamaulipas o el grupo de michoacanos en Acapulco. Vamos, el actual gobernador llegó al cargo por el homicidio del candidato anterior, su hermano.

Pero adonde entra uno es a una versión del clásico shakesperiano que renuncia a la anécdota y propone convertir todos los ingredientes del texto en una atmósfera y un estado emocional permanente, apoyados en recursos como la iluminación ominosa a cargo de Arturo Honorio, la utilería que se convierte de pronto en instalación plástica, las brujas que se multiplican en el escenario y de las cuales se van desprendiendo todos los personajes, el uso de elementos de utilería como los racks de vestuario y en particular osamentas de reses que van jugando de distintos modos durante el espectáculo con imágenes de devastación y caos en ese reino paradójico habitado por huesos. A ello se añade la labor del propio director y su asistente, que sentados en el piso en proscenio, van iluminando con lámparas militares los rostros de los participantes en el festín de la usurpación.

De hecho, el programa de mano señala sólo a la pareja real como personajes, a cargo de Víctor Arellano y Mónica Gómez, los demás son el muégano de brujas que van escupiendo al resto de los participantes de la obra, encarnados por Taydeé Hernández, Carlos A. López, Salev Setra, Armando Garrido y Pepe Navarrete, además de una boa que ornamenta el espacio de la señora de casa.

La relación de los actores a través del movimiento con el espacio y los elementos antes mencionados son de una eficacia tal que logran sintetizar en acciones e imágenes los grandes pasajes del clásico isabelino: el rey Duncan llega al palacio de Macbeth con una larga túnica, debajo de la cual salen brujas y el propio sucesor del trono, a quien de algún modo él mismo ha engendrado, Lady Macbeth recorre un camino de adversidades del fondo del escenario a proscenio a través de los carromatos del vestuario que le van ayudando en la transición, o bien la construcción, entre el cuerpo brujeril, de una corona de huesos que se mueve acompasadamente con la cabeza del rey, gobernante en un territorio de esqueletos, imagen que en lugares como Reynosa o Ciudad Juárez tiene ya aroma de cotidianidad.

El grupo híbrido de actores, músicos y bailarines se defiende con bastante dignidad durante todo el espectáculo, de hecho el protagonista y Duncan están interpretados por el guitarrista y el cantante de un grupo de rock que comienza ya a figurar en carteles importantes, Salev Setra. Nota particular a la desnudez del señor de Glamis cuando comienza a gozar de las mieles del poder, pues el miembro viril se va entumeciendo durante distintos momentos. ¿Es para subrayar el gradual encumbramiento en el poder? ¿Un falo que es un cetro? ¿reacción involuntaria de la testosterona a la cercanía cachonda de Lady Macbeth?

La atención del espectador comienza a sufrir cuando después de casi una hora de espectáculo se da cuenta de que van a querer contar el relato de la obra, pues hasta ese momento todo ha estado más bien en la cancha de la expresión corporal y plástica, que cojean cuando se quiere incorporar la palabra, allí el dominio no es homogéneo en intenciones ni en proyección. Destaca desde luego la pólvora y la precisión técnica de Mónica Gómez, quien también tuvo a su cargo el entrenamiento actoral de este grupo, que después de haber ganado el concurso estatal de teatro se presentó con mucho éxito en el Foro Experimental del flamante Parque Cultural de la urbe fronteriza.

¿Alguien duda de los valores de universalidad de los textos clásicos? En este Macbeth tamaulipeco se quieren borrar las huellas del crimen al final del espectáculo; se acumulan en el centro del escenario cuerpos, huesos de vaca, utilería quebrada y aparece un bidón de gasolina, cuyo contenido se vierte sobre esa masa compacta, aparece la llama de un encendedor; esto ya fue. Como una narcofosa, como la guarida posterior al arresto y muerte de un capo.

¿Quién es? ¿quiénes son éstos que se han plantado en la escena?, se pregunta uno al final del espectáculo, un grupo espléndido y valiente de comediantes de Reynosa, que desde ese mismo agujero del país, demuestran que el teatro es un arma poderosa, capaz de quitar velos de apariencia con mayor eficacia que una kalshnikov.

La foto de arriba es autoría de Irving Rivas.