Aura de la buena

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A finales de los ochentas, me acerqué a la entonces Dirección de Teatro y Danza de la UNAM, para pedir apoyo a un proyecto que estaba levantando, algo se logró, aunque sirvió poco para la obra en cuestión, que salió básicamente mal. Sin embargo, entre los ires y venires a las oficinas de Cultisur pude hablar con el flamante titular, Alejandro Aura, quien al cabo de unas semanas me invitó a colaborar para apoyar el teatro que se hacía en las distintas facultades y para organizar presentaciones fuera de los recintos universitarios, extramuros.

Esto es, la parte de mi vida que tiene que ver con la promoción cultural, que es muy significativa, inició por invitación de Alejandro (tranquilo, tú no tienes la culpa de nada). Por eso, ahora que ya no está, quiero recordarlo hablando de sus merecimientos como productor de proyectos culturales, pues los literarios son conocidos y verificables.

El más notable de ellos es también la palabra, su voz era no sólo una herramienta de trabajo como actor sino una estrategia para convencer a las personalidades más diversas de que el teatro era importante. Así fue posible hacer espectáculos en espacios tan inéditos como Las cárceles de la Perpetua, en el palacio de Medicina, que se convertía en sede de teatro de los siglos de oro, o en la Casa Universitaria del Libro, o utilizar una carreta tirada por un caballo por las distintas Facultades de Ciudad Universitaria para hacer un “pregón” de la cartelera escénica.

Es decir, no sólo se puede pensar lo “imposible”, también producirlo, programarlo y difundirlo. ¿A quién sino a él, se le podría ocurrir organizar un ciclo y un concurso de teatro griego? ¿O hacer de un blog, el suyo, un verdadero reducto de inteligencia y emoción?

Poco convencional a pesar de su frac de “La hora íntima de Agustín Lara”, dicharachero, humorista, “yo no me maquillo, me resano”, podía decir, de buen gusto, chef apasionado, gran negociador de presupuestos, fumador de puro, inventor de los más formidables brindis de fin de año de la Coordinación de Difusión Cultural: comida, bebida, música, servicio; en el sentido más generoso, el aura de Alejandro era la de un anfitrión excepcional en la vida y en la escena.

Por eso era lógico que cuando atendía una llamada telefónica y le preguntaban su nombre para cerciorarse, respondiera: “servilleta”.