A la velocidad del bulbo

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La oferta que puede encontrarse en un televisor es amplia en todos los sentidos, la señal que se puede recibir, siempre de acuerdo al bolsillo, y los prodigios técnicos que pueden hacerse a través del control remoto. “Interactivo” parece ser el concepto clave.

La televisión que me acompañó la mayor parte de mi infancia era un mueble con un sistema no de transistores, sino de “bulbos”, que literalmente eran eso, cilindros ovalados con un complejo circuito dentro. Era en blanco y negro, con lo cual para mí la pantera rosa siempre fue gris y los juegos pirotécnicos del castillo de Disney una gama de chispazos blancos.

Ahora bien, varios detalles de la operación de una tele de bulbos ya le daban una recóndita categoría de interactiva:

La oración al altísimo, encender y apagar con un giro. Hacer cualquiera de esas dos operaciones tomaba tiempo, iniciaban y terminaban con un punto brillante al centro del monitor. Mi abuela confirmaba esa categoría mística, pues invariablemente le devolvía el saludo al conductor Paco Malgesto cada vez que éste decía “buenas noches”.

Después de cierto tiempo de uso, la señal comenzaba a volverse opaca y la recomendación era: “déjala descansar”, o sea que ya había hecho un esfuerzo mayúsculo.

En contraste, a veces la imagen comenzaba a saltar y hacerse pequeña, en ese caso procedía darle un vigoroso “sape” en la parte superior, o sea que no se estaba desempeñando bien.

Para cambiar de canal, había que usar una perilla con trece opciones. Con el uso el mecanismo se desgastaba y había que ejercer con la mano presión extra para hacer el giro; cuando ya no había remedio, unas pinzas de electricista. De allí que la indicación correspondiente era tratarla “con delicadeza”, con “cuidado”.

Como se ve, entre caricias, saludos, mutilaciones, el mueble televisor ya quería ser interactivo, eso sí, a la velocidad del bulbo.